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sábado, 23 de enero de 2021

El reverso de la verdad (10)

Andrei devoró la comida china, que pagó con la tarjeta. Tras lo cual se cambió su look habitual por uno un poco más holgado, más preparado para el ejercicio físico. Tras ello, tomó dinero de la caja que tenía en su despacho, el suficiente para alquilar el vehículo, pues no podía pagar con la tarjeta. No podía dejar migas de pan a nadie, ni a la policía ni a otros malhechores. Volvió a su cuarto, tomó la pistola, la observó durante un rato, parecía estar en orden. La cargó, la descargó, le quitó la bala que se había quedado en la recamara, simuló disparar el arma vacía y terminó volviendo a cargarla, pero poniendo el seguro. Tras ello, la colgó en la pistolera de sobaco que se había puesto. No le gustaba llevarla en la cintura, parecía un sheriff gringo de las películas.

Tras mirarse un par de veces en un espejo, no le pareció que se notara que llevaba algo escondido bajo la chaqueta del chándal. Cuando estuvo seguro que podía ponerse en marcha, salió de la vivienda, cerrando con llave. Bajo a la calle y silbó un taxi. Al conductor le dijo que le llevase al aeropuerto. El taxista se limitó a encender el contador y subir un poco más alto la radio. Claramente era de los que no les gustaba dar conversación y a Andrei no le interesaba en ese momento tener que parecer amable.

Durante gran parte del trayecto estuvo observando lo que se veía por su ventanilla. Solo echaba rápidas miradas al contador. Sin duda no se había equivocado con lo que había tomado de su caja de seguridad. Además, alquilar un coche en el aeropuerto era lo más aconsejable, para evitar las sospechas de algún conocido. Una cara más en el mostrador de la empresa de alquiler, no iba a desentonar mucho allí, donde había un trasiego continuo. Por fin, los sonidos de los motores aterrizando o ascendiendo a los cielos, hicieron palpable que su destino estaba cerca. El taxista se detuvo en la zona de salidas, lo que claramente a su entender era donde quería ir su cliente. Le dijo a Andrei cuanto era la carrera, que Andrei pagó en metálico. Tras recibir su vuelta, Andrei se bajó del coche y se internó en la terminal de salidas. Espero dentro a que el taxista se marchase y salió, para tomar las escaleras que llevaban a la zona de llegadas, donde se encontraban las empresas de alquiler.

Un joven de unos veintipocos, le atendió en el mostrador de la empresa de alquiler que eligió a boleo. El joven iba perfectamente vestido con un traje oscuro, el pelo peinado hacia atrás, con demasiada gomina, algo demodé. Andrei fue parco en palabras, solo lo imprescindible para hacer la transacción. El joven le enseñó la lista de coches que tenían en stock en ese momento en su parking del aeropuerto. Sin duda había recibido las instrucciones de mostrarle los más caros primero, coches de escuderías importantes. Pero los ojos de Andrei iban más rápido de lo que la voz del joven. Pronto dio con lo que necesitaba. Pidió un Ford Focus, con una matrícula vieja. Sería un coche asequible y normal, de los muchos que hay en las carreteras.

Tras pagar, en metálico, ante la sorpresa del joven, que esperaba una tarjeta, tomó las llaves y la plaza del parking donde estaba aparcado. Andrei se marchó rápido y pronto dio con el vehículo. Un coche simple. Lo había alquilado por varias semanas. Se montó, encendió el motor, sonaba bien, y se puso en marcha. Tenía un buen trayecto hasta donde había quedado con Lafayette. Revisó la cantidad de gasolina del depósito. Estaba a rebosar, por lo que podría pasar un tiempo sin rellenar. El tráfico de la autopista le rodeó y le acompañó en las siguientes horas. Por fin llegó a la salida que tenía que tomar. Por una carretera regional llegó hasta una población. Parecía un pueblo de tipo rural o por lo menos el centro de una región agrícola. No podía aparcar el coche delante de su destino, pues suponía que la policía lo tenía observado. Lafayette se había pasado al lado contrario que él. Uno era un hombre de provecho o por lo menos lo suficiente para mantenerse en paz. Lafayette, con sus conocimientos militares, se había vuelto un matón o algo peor, un armero. Pronto encontró un parking público, donde pudo aparcar el coche. Desde allí tenía una caminata hasta el pub.

Cuando giró la esquina de la calle donde estaba el antro de Lafayette, no pudo evitar hacer una composición del lugar, con lo que debía estar y con lo que sobraba. A sus ojos, la policía había alquilado un piso, justo enfrente de la entrada del pub. Era fácil darse cuenta de ello, ya que eran las únicas ventanas con las cortinas echadas, a excepción de una fina línea, la gusta para los teleobjetivos. No eran muy considerados con las apariencias. Por lo que Andrei, al entrar en el pub, agachó la cabeza, para evitar que le retratasen. Pero ya habrían dejado constancia de su llegada en algún documento.

El pub era verdaderamente un antro, paredes oscuras, luces atenuadas, unos billares al fondo, taburetes altos junto a la barra, un tufillo que vendría de los baños o las cañerías, una diana en una de las paredes del fondo, los ventanales ennegrecidos, impidiendo que entrase luz, unas puertas al fondo y otra detrás de la barra. Solo era interesante la decoración, viejas fotografías de militares, de todas las divisiones del ejército de tierra, no había ni marinos, ni pilotos. También había banderines de regimientos y otras piezas de la misma temática, todas ellas enmarcadas. Los pocos parroquianos le echaron un vistazo cuando entró, pero solo el barman mantuvo su mirada sobre Andrei mientras se aproximaba a la barra.

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