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martes, 26 de enero de 2021

El dilema (60)

A la hora señalada por Asbhul y el resto de therks, los hombres comenzaron a salir del campamento. Allí se quedarían los escoltas de Ulmay y el resto de su columna. El ejército de vanguardia avanzó junto hasta que se separó, para rodear todo el campamento. Para hacer un círculo cerrado, el muro de escudos solo podría tener tres filas de profundidad y los arqueros habían tenido que asumir posiciones en él.

Mientras los infantes se acercaban, Alvho y sus muchachos se adelantaron con cuidado, para eliminar posibles vigías escondidos. No los encontraron, pero sí que se toparon con otra cosa. En una de las lomas que formaban la ensenada, en la ladera opuesta, había cadáveres por doquier. La mayoría eran hombres, de todas las edades, a excepción de niños. También había el cuerpo de alguna anciana. La mayoría habían sido asesinados, ya que tenían sus manos atadas a la espalda. Qué habría pasado y qué tipo de nómadas hacían eso. Sin duda los relatos de sus acciones salvajes en el pasado no eran por la imaginación de los bardos de antaño. Aun así, el campamento enemigo seguía en paz.

Desde la posición que había elegido Alvho podía distinguir mejor el campamento. Lo que había en el centro no eran ruinas, sino una especie de carros, o jaulas para animales. Estaban llenas hasta los topes. Y no de bestias salvajes, sino de mujeres y niños. Alvho ya empezaba a comprender lo que había pasado. Una vez escuchó de unos mercaderes un relato sobre que algunas de las tribus nómadas atacaba a las otras y las hacía prisioneras, para luego vender a los integrantes de estas como esclavos. Aunque también habían hablado de ritos de canibalismo. Esas tribus eran muy peligrosas y no había forma de entablar negocios con ellas. A parte de ello, le contaron que en ocasiones varias tribus nómadas se unían para acabar con estas tribus negras, pues así las llamaban, porque se tatuaban líneas negras en sus cuerpos. Podrían estar ante una partida de caza de una de esas tribus oscuras.

Pero los pensamientos de Alvho se detuvieron cuando empezó a escuchar los silbidos de pájaros diurnos, el código que había llegado a apalabrar con los therk y Asbhul, para indicar que los infantes estaban listos. Era su momento de actuar. Alvho se montó en su caballo, sacó una espada larga, un arma inusual en sus manos que le había dado Selvho. Su misión era cabalgar por el campamento enemigo y sumirlo en el caos, mientras los infantes cerraban la trampa. Así que tocaba montarla.

Los caballos descendieron al galope, cayendo sobre los dormidos centinelas. Los primeros cayeron en silencio, los segundos, huían hacia el centro del campamento lanzando alaridos, que Alvho supuso que eran gritos de alarma. Cuando las líneas de centinelas se habían volatilizado, Alvho dividió a sus hombres que hacían que sus monturas recorriesen los caminos entre tiendas, cortando las sogas que las mantenían atadas. Golpeaban a los incautos que aparecían entre los pliegues. Pronto los enemigos empezaron a aumentar su número y Alvho ordenó la retirada. La orden fue clara y todos sus hombres tenían que huir hacia los muros de escudos, que permanecían aún lejos de las hogueras que señalaban los límites del campamento. La idea había sido de Selvho, quien esperaba que los enfadados enemigos se lanzaran a una loca persecución vengativa y chocaran con los muros de escudos en la oscuridad. Alvho le había indicado que no podían ser tan rematadamente tontos, pero ante su incredulidad, vio como un líder ordenaba que les siguiesen. Mandó a todos sus hombres a la oscuridad y todos fueron presas fáciles para los guerreros de Asbhul. Los nómadas chocaron en la oscuridad con los escudos y una lluvia de estocadas les destrozaron. Casi no pudieron gritar de la sorpresa, muriendo en un total silencio.

Tras ello, Alvho y los suyos volvieron a aparecer, para estupefacción de los líderes enemigos, pero esta vez, de la oscuridad aparecieron los guerreros con las armas manchadas de sangre que cerraron sobre los enemigos. Estos se lanzaron a la muerte con convicción y los mataron con rapidez. Al final, cuando aparecieron los primeros rayos del Sol, el campamento había caído en manos del ejército de vanguardia.

Alvho ordenó a sus hombres que se fuesen a las cimas de las lomas, para vigilar posibles enemigos ocultos y cuando se marcharon, se quedó solo con Aibber. Desde donde estaba, veía como los guerreros sacaban a los guerreros enemigos, a los cobardes que no habían acudido a la muerte. Les empezaron a colocar grilletes. Las mujeres y niños de los carros correrían la misma suerte. Eran un buen número y sería un buen botín para todos. De algunas tiendas también sacaron mujeres, vestidas con andrajos. Estaban sacando a una de ellas, una joven, que ante la sorpresa de los guerreros, les arañó y golpeó, librándose de sus manazas y lanzándose a correr hacia la libertad. 

-    ¡Cogela! -ordenó Alvho a Aibber, señalándola.

Aibber espoleó su caballo, se lanzó tras ella y cuando estaba a su lado, se lanzó sobre la muchacha con una curiosa pirueta. Aibber y la muchacha cayeron al suelo, rodando hasta que Aibber quedó sobre ella, que le miraba con odio y le escupió. Aibber le golpeó en la cara con la palma de la mano. 

-    Muchacho, es una muchacha hermosa, si la dañas no valdrá lo mismo -se burlo Alvho. 

-    Es una salvaje, nadie la querrá -espetó Aibber, sin perder las fuerzas con la que la retenía.

Alvho se rió y le dijo que la atase a su caballo. Le parecía que esa chica era lista y hábil, sería una buena adquisición para su grupito de locos. Le ordenó a Aibber que la vistiese y que la tratase con cordura. En el campamento quería hablar con ella. Tras lo que regresó al centro del campamento enemigo, para hablar con el tharn.

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