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sábado, 30 de enero de 2021

Aguas patrias (21)

Don Bartolomé dirigió sus pasos hacia uno de los grupos más alejado de la sala, cerca de los músicos. Allí, esperaba que no le viera su hija. Los hombres del grupo le saludaron con franca camaradería. 

-   ¿Qué te parece el capitán? -le preguntó don Rafael. 

-   Es muy serio, no como el zagal de Agustín -respondió Bartolomé, enarcando las cejas, pobladas y blancas, con pelos díscolos que se salían del peinado que había intentado su hija-. Lo siento por Agustín, sé que quería que mi Teresa se casase con él y le metiese en vereda. Mi Teresa es como su madre, mi Isabel, todo carácter. Pero el hijo es un loco. 

-   Y que lo digas, la mayoría de los hombres de Santiago están más que hartos de él -dijo el tercer hombre, alto, muy bien vestido, con el rostro chupado, lo que hacía que su nariz, ya grande de por sí, pareciese una montaña solitaria en medio del rostro. Los ojos eran pequeños y verdosos. El pelo era negro, pero presentaba muchas canas. También tenía un frondoso bigote grisáceo bajo la gran nariz-. Llevo días recibiendo quejas y peticiones para que lo eché de la ciudad. Ya le he pedido a don Rafael que le mande a dar vueltas por el estrecho de la Mona. Pero aquí sigue. 

-   Hago lo que puedo -intentó defenderse don Rafael, simulando incomprensión-. Que tus súbditos no se preocupen. Nos haremos a la mar en un par de días. Hay cosas que hacer. Ya lo sabes. Según tus soldados embarquen en el Sirena y las provisiones prometidas desde el matadero, no iremos. Y la Santa Ana la primera. 

-   Rafael, volviendo a tu plan -intervino don Bartolomé-. ¿Estás seguro que mi Teresa se va a interesar en ese capitán? ¿No parece muy hablador? Es muy serio y lacónico. 

-   Eugenio es lo que necesita tu hija -aseguró don Rafael-. Un hombre adecuado. No es un mujeriego, es trabajador y sé que lo que ama lo quiere hasta el final. La protegerá y la cuidará. Y si no me equivoco te dará nietos. Unos pequeños mozalbetes a los que educar en la naturaleza. 

-   ¿O en la marina? -inquirió con malicia don Bartolomé.

Los tres hombres se rieron de la ocurrencia de Bartolomé. Este nunca le negaba nada a Rafael en lo que era la educación y el futuro de su hija Teresa. Si hubiera estado viva su esposa, Isabel, sería a ella quien Rafael debería haber convencido. y eso hubiera sido una batalla larga y complicada. Con él había sido una escaramuza rápida, que él había perdido. Rafael era su primo, por parte de madre y además era el padrino de Teresa. Y desde la muerte de Isabel, se había interesado en la educación de la niña, así como su bienestar. En el pasado le había ayudado a comprar unas haciendas y tierras en la isla. Ahora las llevaban unos capataces, leales a don Rafael, antiguos marinos lisiados que hacían producir azúcar, cereales y otros productos con la puntualidad de la armada. Le habían convertido en un hombre rico o por lo menos lo suficiente como para centrarse más en sus estudios de la naturaleza. Pero Rafael ya le había hablado que había que encontrar un buen pretendiente para su Teresa. Como a él esas cosas se le daban mal, Rafael se tomó esa misión para él. Esta era la primera vez que había vuelto a hablar del asunto.

Cuando le había hablado del capitán Casas, aún era un teniente, pero Rafael tenía ciertas expectativas en un ascenso próximo. Le había tutelado como guardiamarina y sabía de su corazón noble. Claramente había estudiado sus orígenes. No era de la nobleza y eso le pareció bien a Bartolomé, odiaba a los nobles peninsulares, la mayoría unos muertos de hambre. Él mismo era hidalgo por nacimiento, era vasco. Pero la mayor parte de los vascos, aunque hidalgos eran pobres como ratas. Muchos preferían morirse de hambre que mezclarse con el populacho. Los listos, se habían guardado su orgullo y habían prosperado o por lo menos sobrevivido. Él no quería como yerno a uno de esos nobles engreídos.

Al final, Rafael se había reunido con él hace dos días y le había dicho que la cosa marchaba. El gobernador y él habían ascendido al teniente Casas a capitán, por su gran acción al tomar la fragata inglesa Siren y esperaba que en la misión que le habían impuesto, se llenase de gloria, por lo que en la sede de la armada peninsular aceptasen el ascenso. Aunque los dos lo veían como hecho. Además, entre el precio de la Siren y los barcos mercantes capturados o rescatados y lo que obtuviese en la misión que iban a llevar a cabo, pronto tendría un buen colchón para empezar una vida conyugal. Con tantas cosas buenas, Bartolomé había aceptado conocer al pretendiente de Rafael y la verdad es que no le había disgustado. Pero la cosa es que a su hija le pudiese gustar algo como para aceptar al marino como esposo. Claro, que sí o él o Rafael le decían que habían decidido que se casase con el capitán Casas, ella los obedecería, era una buena hija. Pero prefería que su elección fuese por amor. No como él y como Rafael, cuyos matrimonios estaban concertados casi desde el día que nacieron. Aunque él había llegado a amar de corazón a su esposa.

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