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domingo, 24 de enero de 2021

Aguas patrias (20)

Justo cuando terminó la octava pieza, los músicos decidieron hacer un alto, para descansar. En ese momento, Eugenio notó que un par de personas se colocaban a su lado. Era una dama joven y un hombre mayor. El hombre tenía el pelo blanco, cortado al raso. El rostro estaba bronceado y sobre una nariz gruesa había unas pequeñas gafas. Vestía con una casaca antigua y gris. Los calzones eran grises con medias blancas. En la mano derecha llevaba un bastón de madera oscura, rematado con una cabeza de águila plateada. Eugenio le echó algunos años más que don Rafael. La chica era una joven menuda, tal vez de veinte años, de pelo negro, al igual que sus ojos. El rostro estaba bronceado, como el hombre. El vestido no parecía estar a la misma moda que el resto de las damas de la sala, pero aun así era una pieza bonita, de un color verde esmeralda. El pelo lo llevaba recogido en un moño, mantenido con una peineta.

Se acababan de par cuando Eugenio escuchó unos pasos de alguien acercándose casi a la carrera. Se volvió y vio pasar delante de él a Juan Manuel, que se acercó a los recién llegados. Saludó al hombre con una inclinación de cabeza. Iba a saludar a la muchacha cuando esta le dio un sonoro bofetón a Juan Manuel en la mejilla derecha. Lo que hizo que casi todos los presentes mirasen hacia ellos. Los que le envidiaban, se sonreían al ver que no conquistaba a todas las jóvenes. Las que le vanagloriaban, se consternaron por la falta de educación de la muchacha y el resto, pues solo echaron un rápido vistazo, regresaron a sus conversaciones.

Entonces, Juan Manuel, que con la mano derecha se tocaba la mejilla golpeada, se dio cuenta de la presencia de Eugenio y le hizo una seña para que se aproximase. Eugenio se acercó, un poco a regañadientes, aunque con un afán de enterarse por el bofetón. 

-   Eugenio, dejame que te presente a don Bartolomé de Vergara Villanueva y su espléndida hija Teresa -hizo las presentaciones Juan Manuel-. Eugenio es el capitán de la Sirena, la fragata que capturó cuando estaba como primer teniente del Vera Cruz. Eugenio Casas. 

-   Señor, señorita -murmuró Eugenio, haciendo una inclinación de cabeza, que Bartolomé repitió, mientras que Teresa se agachó ligeramente. 

-   Don Bartolomé es un naturalista y estuvo durante una temporada invitado por mi padre en nuestra hacienda -informó Juan Manuel, recuperando su sonrisa-. Así que durante un tiempo, Teresa se convirtió en casi una hermana. 

-   Una hermana a la que le prometiste que le enviarías cartas de tus aventuras en la mar, pero que no ha recibido ninguna últimamente -le cortó Teresa, poniendo una mueca de desaire. 

-   Teresa, en el mar, el marino tiene poco tiempo para escribir -se quejó Juan Manuel, sin fuerza-. Sino preguntale al capitán Casas. Él te puede asegurar que lo que te digo es cierto.

Eugenio miró a Juan Manuel con cara seria, enfadado porque le hubiera incluido en su trifulca familiar, si se podía calificar la relación entre los de Vergara y Juan Manuel como familiares. Pero no hubo tiempo para decir nada, pues los músicos volvieron a afinar sus instrumentos. Juan Manuel se despidió, alegando que tenía que agasajar a sus compañeras de fiesta y le dijo a Teresa que Eugenio la protegería del peligro de los cazatesoros. 

-   Juanito sigue siendo un niño -indicó Teresa una vez que Juan Manuel se había ido-. O por lo menos se comporta como uno. Lo siento por su pobre padre. Le lleva por la calle de la amargura. ¿Cómo se conoció con Juanito? 

-   Servimos juntos en un barco, cuando éramos oficiales menores, señorita -contestó Eugenio, un poco serio. Le costaba mucho las reuniones sociales de este tipo. Lo sacabas del mar y ya no se sentía a gusto. Y parecía que Teresa se había dado cuenta de su apuro. 

-   ¿Y Juanito en el mar se comporta como en tierra? -inquirió Teresa, intentando que una conversación fluida sosegase al espíritu del capitán-. Quiero decir si es tan movido y disoluto. Sabe que meterse en la armada fue una afrenta para su padre. El hombre no quería que su hijo se fuera de su lado. Prefería que hubiera entrado a formar en la milicia colonial. Por lo visto en los territorios del norte de Nueva España tienen problemas con los indígenas y con los franceses. Las tierras del padre de Juanito están casi siempre en peligro, si no fuese por la milicia colonial. 

-   Desde que le conozco a Juan Manuel, se ha comportado con brillantez y a fe mía, creo que es un excelente marino -aseguró Eugenio, intentando no parecer demasiado pretencioso en su forma de hablar-. Le he visto hacer cosas que le deparan un gran futuro en la armada. Si se comportara, bueno quiero decir, si… 

-   Si no se dedicase en tierra a parecer un crápula, eso quería decir, ¿verdad capitán? -le cortó Teresa, con una sonrisa mordaz-. Sí, ya me habían hablado que en ocasiones los marinos tienen dos caras. En el mar son feroces, serios y mortales, pero en tierra se vuelven totalmente diferentes. 

-   Parece que sabe mucho sobre los marinos, señorita -señaló Eugenio, interesado sobre el origen de este conocimiento por parte de Teresa-. Tal vez… 

-   ¿Capitán, le puedo dejar en compañía de mi hija? -intervino de improviso don Bartolomé, que Eugenio no estaba muy seguro que estuviese atento a la conversación que ambos mantenían-. He distinguido a fray López, quiero preguntarle sobre su estudio de los arbustos perennes de la isla. Si me disculpáis.

El hombre se marchó como un rayo, eso que usaba el bastón para andar y a Eugenio le pareció que cojeaba ligeramente. Tal fue su rapidez que Eugenio sospechó que no fue capaz de escuchar su respuesta. Ahora se había quedado solo con la señorita y la verdad que la situación le había puesto más nervioso que antes. Cómo podía él mantener entretenida a esa señorita.

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