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sábado, 6 de marzo de 2021

Aguas patrias (26)

Cuando Eugenio llegó a la cubierta de la Sirena, se encontró a Álvaro y Mariano ante él. Sin duda parecían preocupados por algo. Eso quería decir que ya se sabía el asunto del duelo. 

-   ¿Qué ocurre señores? -preguntó Eugenio. 

-   Estábamos preocupados -respondió Mariano por los dos-. Temíamos que la población le atacase en la ciudad. Los marinos estamos mal vistos en la plaza. Parece que el capitán de Rivera y Ortiz ha tenido un duelo. Hemos prohibido a los hombres bajar a tierra. Los soldados de abordo no parecen demasiado contentos. Estamos intentando calmar los ánimos. Están ariscos. Sus oficiales tampoco parecen ayudar mucho. Uno de los tenientes ha tenido un encontronazo con el oficial de derrota. 

-   ¿Aún no ha llegado el capitán Menendez, verdad? -quiso saber Eugenio. 

-   No, lo siento -negó Álvaro. 

-   Le necesitaría aquí para mantener a sus tropas controladas -indicó Eugenio-. Que sepan que la noticia es cierta. El capitán de Rivera y Ortiz ha tenido ese duelo. Parece que puede ser que el capitán esté herido. Pero su contrincante puede que a estas horas ya haya muerto. Era un militar de la guarnición. Puede que además haya un asunto de faldas detrás de todo esto. Mañana tenemos que levar anclas y necesito que los soldados no se vuelvan una carga. Señor Romonés, que los oficiales de los soldados se presenten en mi camarote inmediatamente. Espero cortar este lío con un poco de disciplina. Señor Salazar, ponga infantes de guardia durante la noche. No tanto por los soldados, sino más por que se acerquen ciudadanos del puerto en botes, enfadados. No sería la primera vez. Mañana nos iremos y cuando regresemos tal vez se les haya pasado. 

-   Sí, capitán -respondieron los dos a la vez.

Se separó de ellos y se dirigió a su camarote. Se quitó la casaca del uniforme, que dejó sobre su taquilla y se sentó tras su mesa. Al poco tocaron en su puerta y el infante le informó que los tenientes Ramos y Villalba querían verle. Dijo que les hicieran entrar.

Los dos tenientes eran hombres fuertes, no muy altos, pero fieros. Eran los hombres que necesitaban para su misión, pero ahora se les veía totalmente alterados. 

-   ¿Nos ha llamado? -dijo uno de ellos, que Eugenio creía que era Ramos. 

-   Sí -afirmó Eugenio-. Acabo de regresar a bordo y se me ha informado que por cierto suceso que ha ocurrido en tierra, no se están comportando como los caballeros que creía que eran. Ahora mismo están en mi nave y como tal espero un poco de cortesía por su parte. No quiero peleas con los miembros de mi tripulación y… 

-   Su hombre llamó cerdo a uno de los míos -le cortó el otro teniente, que era más joven que Ramos y por tanto sería Villalba-. No voy a permitir que un marino de mierda insulte a uno de mis soldados. 

-   Teniente Villalba, no sé si sabe que como capitán de marina mi rango es equivalente a un capitán de la infantería regular o igual un rango más alto -le advirtió Eugenio-. Dudo que un teniente se atreva a cortar a un coronel cuando este habla, ¿verdad? -Villalba se mantuvo en silencio, no porque quisiera, sino porque Ramos le había dado un codazo-. Veo que por su silencio lo comprende. Bien, no me gustaría tener que valerme de mi rango. Espero que ambos se encarguen de mantener a sus hombres en la disciplina. Voy a investigar personalmente el asunto del oficial de derrota. Si ha llamado cerdo a uno de sus hombres, se disculpara. ¿Eso calmaría los ánimos? 

-   Es posible, señor -asintió Ramos. 

-   Mañana subirá a bordo su capitán y espero que esto se termine -anunció Eugenio-. También les quiero decir que siento lo ocurrido en tierra, pero yo no soy como el marino que ha originado este problema. Tampoco voy a permitir indisciplinas y peleas en la fragata. Si me tengo que encargar de castigar a gente, no me voy a contener, ni con los míos ni con los suyos. Espero que lo entiendan. Ahora todos tenemos una misión en el futuro cercano y me gustaría que se calmasen los ánimos. Y necesito su ayuda. Si lo comprenden, pueden retirarse. 

-   Sí, capitán, lo comprendemos, gracias -habló otra vez Ramos.

Tras la pequeña charla los dos tenientes se marcharon y Eugenio llamó al infante de la puerta. Le ordenó que se avisase al oficial de derrota. El infante asintió y dejó solo al capitán. El oficial de derrota se presentó al poco de que fuera llamado, sin duda ya lo estaba esperando. Eugenio escuchó su parte de lo ocurrido. El soldado había buscado la boca del oficial y este le había insultado. Eugenio reconoció que él hubiera hecho lo mismo en su lugar, pero que necesitaba que se disculpase con el soldado. Había que reducir la tensión. El oficial de derrota lo entendió y le aseguró que se disculparía. Eugenio le dijo que esperase hasta la mañana siguiente y que él estaría con él cuando lo hiciese. Si los soldados no eran idiotas no harían nada raro, sino lanzaría unos cuantos fuera de su fragata. El oficial de derrota se fue contento y respetando más a su capitán.

Eugenio se echó en su coy esperando que la noche fuese tranquila.

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