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sábado, 6 de marzo de 2021

El reverso de la verdad (16)

Andrei permanecía sentado a oscuras, con la pantalla de su ordenador abierta, observando el contador de la carrera. Era imposible que ninguna corredora alcanzase a la conejita. Por ello las apuestas para ella daban un beneficio irrisorio comparado con las otras. La última tenía un cuarenta a uno, pero era imposible que ganase, aunque siempre quedaría algún idiota que lo hiciese, esas personas que creían en los milagros, aunque estas carreras estaban amañadas. Aunque la carrera aún no estaba terminada, no habían dado aún las doce.

Con sus dedos tamborileaba una vieja melodía sobre un vaso ancho, lleno de whisky unos hielos que se deshacían por la presencia del ventilador del portátil. Mientras observaba la pantalla recordaba lo que le había contado Helene, que era más bien poco. La muchacha solo sabía cosas del local de las apuestas, información muy superficial que no otorgaba mucho peso a su importancia en la trama. Las apuestas sin duda tenían algo más que una mera forma de sacar el dinero a los desdichados que lo apostaban. Tenía que tener otra función. Pero Helene no lo sabía y Andrei no había tenido el valor de torturarla. Tal vez la muchacha no sabía nada de nada. 

Tras escuchar los desvaríos de Helene por una hora, supuestas hipótesis que ella misma se había hecho y dar rodeos durante ratos enteros para seguir sin dar nada de información útil, Andrei había dado por terminada la reunión. Le había pedido que le explicase cómo se daba los me gusta, por lo menos para poner su granito de arena para la carrera. A Helene se le había iluminado la cara y le había explicado con todo lujo de detalles como se hacía. Tras eso, él le había dado una tarjeta de trabajo, con su número de teléfono, sin dirección y ni nombres, solo el logo de su empresa de ciberseguridad. Por si recordaba algo más. Después se había marchado. Estaba seguro que una vez cerrada la puerta, con él en el pasillo, ella se había vengado haciéndole algún corte de mangas u otra obscenidad.

Pero lo que Helene no sabía es que con las indicaciones que le había dado, él se había podido meter en la aplicación que llevaba la carrera. Con un par de comandos podía cambiar las tornas de la carrera. Se estaba terminado el tiempo y debía tomar una decisión. Bebió otro trago de whisky y se dijo que era la única forma de obtener respuestas. Había que agitar el avispero. Le vino a la mente la queja de Helene que la conejita siempre ganaba, se rió y lo hizo. Era hora que la gatita ganase algo.

Con una sonrisa de oreja a oreja vio como la aplicación daba como ganadora a la gatita. Seguro que tanto ella como un grupo de infelices apostadores estarían en ese momento muy sorprendidos. Pero también esperaba que en algún punto de la ciudad, una organización se diera cuenta que había perdido mucho dinero. Se rió un poco, y después eliminó sus huellas. Nadie sabría nunca que él había pasado por allí. Durante días buscarían infructuosamente para al final, si tenían un buen hacker se acabaría coscando de su vieja firma, la de un hacker anti gobiernos y temido por medio mundo. Eso sí que les desconcertaría.

En algún momento se quedó dormido, ya que se despertó por las luces que entraban por la ventana de su despacho. La pantalla del portátil estaba en negro, pero una luz se encendía y apagaba en un ritmo pegadizo. El portátil se había bloqueado por la falta de uso. Lo reactivó y lo apagó. Tras ello, se levantó, con todos los músculos agarrotados. Tomó el vaso vacío, y lo llevó a la cocina, donde lo lavó y lo colocó en el escurridor.

Se dirigió hacia el baño, donde se desnudó y se metió en la ducha. Mientras el agua le calmaba el cuerpo, decidió que volvería a dejarse caer por la productora y el despacho de Sarah, para volver a peinarlo. Tenía que haber algo más. Sarah seguro había dejado otro escondite secreto. Le iban esas cosas. Tenía que encontrar más información sobre la investigación de Sarah.


A las afueras de la ciudad, dentro de una gran extensión de jardines y bosquecillos, en una casa de cierto tamaño, otra persona tampoco había tenido una buena noche. La carrera había terminado y la conejita, su principal corredora no había ganado. Más bien, de improviso las tornas habían cambiado y otra corredora, la gatita había conseguido puntos a raudales. Y con esa victoria, se habían evaporado una cantidad exorbitante de euros. Y nunca le gustaba perder dinero y menos dinero que no era suyo, sino de personas muy poderosas a la vez que peligrosas. Sus técnicos, aquellos que le habían vendido el sistema, llevaban desde las doce revisando todo y no conseguían decirle otra cosa que todo parecía normal, pero eso no podía ser así. Tal vez debería mostrarles la verdad de la vida a esos muchachos, ya que eso es lo que eran unos jovencitos enganchados a ordenadores, pero que más allá de su pantalla negra desconocían lo que era la vida.

Con los nervios crispados y la falta de sueño hizo la llamada. No le gustaba tener que hacerla, pero iba a tener que contar con la ayuda de ese hombre. Pero en el fondo temía al hombre. Escuchó un tono tras otro y nadie cogió su llamada. Eso era aún más raro, ese hombre siempre contestaba. Tal vez los astros empezaban a negarle la luz que siempre había recibido, esa suerte de los dioses que le caracterizaba y muchos envidiaban se había terminado. Ese miedo recorrió todo su cuerpo, como un latigazo de fuego.


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