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martes, 16 de marzo de 2021

Lágrimas de hollín (70)

La muchacha siguió en silencio, mientras seguía dando a Vlannar aceitunas y dátiles, que iba tomando de los cuencos. 

-   ¿Qué me dices? -alentó Vlannar la decisión de la muchacha. 

-   Te diría que hay un hombre que duerme en una de las habitaciones, de arriba, que rara vez se deja ver -anunció la muchacha-. El jefe no ha querido decir su nombre, pero les he escuchado a escondidas y le llama por ese nombre. 

-   ¿Por qué tu jefe le ayuda? -inquirió Vlannar. 

-   Parece que tiene una deuda de sangre con él. 

-   ¿Podrías guiarme hasta esa habitación? -preguntó Vlannar. 

-   Eso te costará más oro -aseguró la muchacha-. Y además deberás pagarle al hombre de la barra por mi servicio. No se puede pasar al piso de arriba sin pagar. 

-   No te preocupes, ya sé cómo funcionan estos lugares -afirmó Vlannar-. Vamos.

La muchacha asintió y se levantó. recogió las cosas que estaban encima de la mesa, colocándolas en la bandeja y después acompañó a Vlannar hasta la barra. El hombre cobró lo que valían la consumición, así como el servicio de la muchacha, tras un pequeño regateo con Vlannar. Cuando las monedas de oro cambiaron de manos, la muchacha con la bandeja en la mano le guió hacia el piso superior. Las escaleras eran de madera y bastante viejas, por lo que lanzaban demasiados crujidos. El pasillo donde estaban las habitaciones estaba vacío, lo que a Vlannar le pareció raro. En todos los que había conocido siempre tenía algún matón para proteger la mercancía, es decir, las chicas. Pero la verdad es que la falta de un centinela le venía mejor para lo que quería hacer. 

-   Esta -señaló la muchacha con la mano libre una puerta del pasillo, ante la que se había detenido. 

-   Entra primero, que crea que le llevas algo de comer -ordenó Vlannar, que buscaba sus dagas entre los pliegues de su ropa. Lo sentía por la muchacha, pero no podía dejar testigos de sus acciones.

La puerta cedió con facilidad al empujón de la muchacha, lo que le mosqueó a Vlannar, porque si Inghalot estaba escondiéndose de sus enemigos, como es que no cerraba la puerta con llave. Aunque tal vez el viejo líder había pecado de exceso de confianza. Por los rumores que corrían por el barrio ese había sido el gran error de cada uno de los clanes que se habían enfrentado a Jockhel y por eso habían caído en sus redes. La muchacha se internó en el cuarto. Vlannar pudo ver que estaba en semipenumbra. En una cama, al fondo del cuartucho se movía alguien entre las sábanas.

Vlannar desenvainó sus dagas y se lanzó contra la espalda de la muchacha que avanzaba por el interior de la habitación sin percatarse del peligro a su espalda. Cuando estaba a punto de asestar su puñalada traicionera, la muchacha dejó caer la bandeja, que golpeó el suelo emitiendo un sonoro golpe, mientras los cuencos rodaban por el suelo, lanzando dátiles y aceitunas por todas partes. La jarra de vino se fragmentó en trozos, derramando el vino. De un salto, la muchacha se fue a un costado, alejándose de los filos de las dagas.

Fue un segundo, pero no le bastó para reconocer el peligro, un inmenso garrote le cayó en la cabeza, provocando que todo se volviera negro y Vlannar se cayera de bruces al suelo del cuartucho. Mientras sus ojos se cerraban, un hombre inmenso había aparecido de detrás de la puerta, y era quien empuñaba el garrote de madera. En su último pensamiento lúcido antes de caer inconsciente, pensó que sí que había un matón y que le había cazado a él. 

-   Una gran actuación, Shar -dijo Bheldur que había aparecido en la puerta y miraba a Vlannar-. ¿No lo habrás matado, verdad Usbhalo? 

-   No te preocupes, amigo -indicó Shar que se agachó junto al cuerpo de Vlannar-. Sigue respirando. Lo has dejado para el arrastre. 

-   En ese caso, Usbhalo, átalo con fuerza, no queremos sorpresas -comentó Bheldur-. Parece que lleva días preguntando por Inghalot. Jockhel quiere saber por qué. Así que se ha ganado una audiencia privada con él. 

-   No te preocupes, este pez no se va a escapar -aseguró Usbhalo que dejaba el garrote y tomaba unas cuerdas que tenía preparadas. 

-   ¿Te encargas de llevarlo a la forja? -quiso saber Bheldur. 

-   Sí, amigo -asintió Usbhalo. 

-   Y ella te ayuda -señaló Shar a la persona que estaba en la cama. No era otra que una de sus Gatas.

Bheldur les dejó y bajó al piso inferior a pagar al dueño por su cooperación. Aunque la verdad es que el tabernero lo había hecho de mil amores, ya que era un seguidor de Jockhel y cuando este le había dicho que el individuo quería molestar al señor de La Cresta, el tabernero se había ofrecido a ayudarles de forma altruista. Bheldur le dio una bolsa de oro, aunque tuvo que insistir para que el hombre la aceptara. Después indicó que sacarían al hombre por detrás. Cuando vio que el hombre parecía indeciso le preguntó qué pasaba. 

-   Ese hombre sé quién es -dijo el hombre. 

-   ¡Ah, sí! ¿Y quién es? ¿Y por qué le conoces? -inquirió Bheldur. 

-   Hace unos años, tuve problemas con la burocracia imperial de la ciudad, antes de que me trasladara al barrio y abriera esta posada -explicó el tabernero-. Ese hombre trabajaba para el alto magistrado Dhevelian. Gracias a Bhall no tuve que recibir sus tratos. Se dice que es el torturador y asesino preferido del alto magistrado. Y lo que hace especial es que le encanta ese trabajo. Dicen que es un sádico. Y muy vengativo. 

-   Pues no te preocupes, no va a volver por aquí -aseguró Bheldur.

Tras esa información, tan importante, le volvió a dar las gracias al tabernero y se marchó.

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