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martes, 30 de marzo de 2021

Lágrimas de hollín (72)

La sorpresa de Vlannar fue mayúscula cuando le llevaron hasta la forja de un herrero. El lugar estaba caldeado, por causa de los hornos, que eran alimentados sin cesar. Pudo ver que un hombre musculoso, con el torso desnudo golpeaba el metal al rojo que tenía sobre un yunque. El hombre le daba la espalda. Parecía que usaba un verdugo sobre la cabeza, por lo que Vlannar pensó que debía estar sudando la gota gorda. A cada martillazo saltaban chispas. Vlannar pensó que tipo de persona podía recibir a su prisionero en una forja. Gholma señaló un taburete y los hombres que le guiaban sentaron a Vlannar en él. Los dos hombres se marcharon y Gholma se quedó de pie tras él. 

-   Parece que el alto magistrado cree que puede mandar a sus asesinos a La Cresta sin que nadie le importe -dijo el herrero-. Pero a mi no me gusta, sobre todo cuando quiere deshacerse de uno de mis invitados. 

-   ¿Un invitado? -indicó Vlannar, haciéndose el sorprendido-. Creo que me habéis confundido con otra persona. 

-   Yo creo que no, Vlannar de Thury -negó el herrero-. Asesino y torturador imperial, una buena carta de presentación. No, sé muy bien quién sois y porque estáis aquí, Vlannar. El buen Dhevelian ha recibido algo que le ha obligado a mandaros ante mi. 

-   No sé quién es ese Vlannar de Thury del que hablais -rebatió Vlannar, haciéndose el ofendido-. Solo soy un… 

-   ¡Un mentiroso! -gritó el herrero dándose la vuelta y Vlannar pudo ver la máscara dorada en la cara.

Así que estaba ante el mismísimo Jockhel, de quien había escuchado tanto durante los últimos días en La Cresta. Al que llamaban el libertador, el unificador, el defensor del barrio. Y de la misma forma era quien estaba ahora manejando al viejo Inghalot. Cualquier hombre recibiendo ese tipo de torturas contaría cualquier cosa con tal de disminuir los golpes. Como torturador que era, sabía ver ese grado de desesperación en los ojos de sus clientes. 

-   Aunque la verdad, quien no es un poco mentiroso en esta vida -comentó Vlannar, que decidió que podría intentar sacarle información-. Vos mismo, que escondéis vuestro rostro bajo esa máscara de oro. Me pregunto si estoy ante el verdadero Jockhel o ante un herrero normal. No veo raro que pronto aparezca por detrás otro enmascarado. 

-   Dejate de adulaciones o circunloquios, Vlannar -ordenó Jockhel-. Solo hay una verdad. La carta que le envié yo a Dhevelian, haciéndome pasar por Inghalot le ha puesto nervioso. Tanto que te ha enviado a terminar con su relación con Inghalot. Su mejor hombre, el más dispuesto y más eficiente. Pero el pobre se ha dejado coger como un conejo por una comadreja. 

-   Pura suerte -se limitó a decir Vlannar sorprendido por las revelaciones que le estaba haciendo Jockhel. Le había dicho lo que él buscaba encontrar. Ese hombre le había dado algo que convertiría al alto magistrado en su enemigo más acérrimo. 

-   La suerte no existe, amigo -negó Jockhel-. Mis hombres te localizaron preguntando más de la cuenta, con una bolsa demasiado pesada y te hicieron seguir un camino de migas. Hasta que cerraron una trampa. El cazador cazado en su propio juego. A mi me parece sorprendente. 

-   A mi no -afirmó Vlannar-. ¿Y ahora que va a tocar? ¿Me voy a convertir en uno de tus invitados? ¿Querrás información de mi trabajo? ¿De mis pagadores? Pues ya te digo que hablaré menos de lo que le hayáis sacado a Inghalot. 

-   Yo no necesito hacerte hablar -rebatió Jockhel-. Ya me has dado lo que quería. Gholma, encargate de lo que te he dicho. 

-   Sí, mi señor -asintió el hombretón.

Vlannar fue levantado como si fuera un saco, con la fuerza del hombretón, que lanzó un potente silbido. Los dos guerreros de antes aparecieron y cogieron el cuerpo de Vlannar, llevándolo arrastras otra vez. Jockhel se giró y siguió golpeando el trozo de metal, como si nunca hubieran traído al asesino.


Un hombre golpeó la puerta de una gran vivienda en el barrio alto de la ciudad. Tras él había un burro. Tras unos minutos apareció un hombre de mediana edad, bien vestido. El hombre del burro le tendió una caja de madera noble, con pinturas nacaradas. Le dijo que era un presente de Vlannar de Thury para su señor. El hombre de la puerta, le pidió que esperase un momento, pues la caja era voluminosa y él no era muy fuerte. Otro criado más joven se hizo cargo de la bella caja. El hombre del burro, una vez entregada la mercancía se marchó de allí y los criados cerraron la puerta.

Los dos, se dirigieron al despacho de su señor, que a esas horas estaría aún mirando papeles. El de mediana edad golpeó la puerta del despacho y no entró hasta que le dieron el adelante. 

-   ¿Qué ocurre, Kharan? -preguntó Dhevelian. 

-   Un mensajero ha traído esta caja de parte del señor Vlannar de Thury -informó Kharan. 

-   Dejadla en la mesa y marcharos -ordenó Dhevelian, ansioso por ver que le había enviado Vlannar. Aunque por el tamaño de la caja, creía saber lo que podía ser. Vlannar era al fin y al cabo un noble imperial, y les gustaban estas presentaciones.

Los criados se marcharon y Dhevelian simuló que no le interesaba la caja. Pero cuando se fueron se levantó, giró alrededor de la mesa y abrió la caja. No fue una sorpresa ver dentro un tarro de cristal lleno de alcohol. Lo que sí que le dejó asombrado fue lo que flotaba en el alcohol. No era la cabeza de Inghalot, como él había supuesto, sino la de Vlannar. Sus ojos se posaron en una nota. La tomó con una mano temblorosa y leyó:

Mal jugado, viejo amigo. Esto es la guerra. Inghalot”

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