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martes, 9 de marzo de 2021

Lágrimas de hollín (69)

Encontrar a Vlannar de Thury había costado unos cuantos días y que un buen número de informantes del magistrado tuvieran que soltar bolsas de oro con los confidentes. Cuando consiguieron dar con él, el hombre se presentó ante el alto magistrado y recibió el encargo de encontrar a Inghalot y asesinarle. A su vez también debía investigar a Jockhel y lo que pasaba en el barrio de La Cresta. Como siempre, el alto magistrado pagaría la factura que Vlannar juzgase oportuna. Esa forma de pagar del alto magistrado era por lo que le encantaba trabajar para Dhevelian.

Pero lo que le pareció que iba a ser un juego de niños, se tornó en complicado. La Cresta había cambiado desde la última vez que había tenido que ir allí. Parecía que no había habido asesinatos o peleas de los clanes. Cuando empezó a mover dinero, solo consiguió saber lo que que ya conocía su pagador. Un tal Jockhel se había zampado a varios clanes y en sus territorios la paz se había establecido. No había muertes provocadas por los choques de los clanes, ni directas ni indirectas. La población civil del barrio creían en Jockhel como un salvador. Si hubiera estado investigando otra cosa, le habría parecido que la población estaba poco a poco cometiendo traición al gobernador imperial.

Además, Inghalot había desaparecido sin ser visto. Tras varios días pagando a gente aquí por fin consiguió una pista sobre alguien que podría darle información sobre la situación de Inghalot. Era el dueño de una taberna de mala muerte. Desesperado por sacar algo en claro fue al lugar, que era tan desagradable como le habían advertido. Y aun así había varios grupos de hombres y bastantes mujeres, muy hermosas y voluptuosas. Ahora entendía porque le habían hablado mal del lugar, era un prostíbulo ilegal, si es que había alguno legal. Lo que pasa que esa taberna no debía estar pagando el canon a algún clan sobre el tipo de negocio que era.

Una joven se le acercó y le mostró su rostro hermoso, así como su escasa ropa. Tal vez era la menos voluptuosa, pero era muy apetecible. 

-   ¿Qué quieres? -preguntó la muchacha, con una voz sensual. 

-   Vino y algo que comer -pidió Vlannar. 

-   Tenemos el mejor vino y los mejores manjares -aseguró la muchacha, acercando su pecho más a Vlannar, que no le quitaba ojo. 

-   Seguro que sí -afirmó Vlannar-. Y también información. 

-   Todo vale su dinero -dijo la muchacha. 

-   Todo lo vale -asintió Vlannar-. Tráeme el vino y algo de comer. Entonces ya te puedes quedar a responder a mis preguntas. La bolsa la tengo llena. 

-   Espera aquí -indicó la muchacha, marchándose a paso rápido en dirección a la barra.

La muchacha desapareció por una puerta y al poco retornó con una bandeja. Llevaba una jarra de vino, un par de copas de madera y unos cuencos. En los cuencos había dátiles y aceitunas. Dejó la jarra y las copas. Vlannar se sirvió vino en una y lo probó. No era un mal caldo. El negocio les debía ir bien para conseguir servir vinos buenos. La muchacha dejó la bandeja en un lado de la mesa y se sentó sobre las piernas de Vlannar, para sorpresa de este. Tomó una aceituna de uno de los cuencos y se la acercó a la boca de Vlannar, que abrió para recibir el presente. 

-   De esta forma podremos hablar sin que nadie piense lo que no es -dijo la muchacha al oído de Vlannar-. ¿Qué necesitas saber? 

-   Busco a un hombre, un hombre que era poderoso en el barrio -murmuró Vlannar al oído de la muchacha-. Pero puede ser que el gran Jockhel le haya metido el miedo en el cuerpo. Y el pobre se ha escondido. Varias personas me han dicho que el dueño de esta taberna puede saber dónde se esconde. 

-   ¿Trabajas para Jockhel? -inquirió la muchacha, que tomó esta vez con su mano un dátil. 

-   ¿Eso es un problema para ti? 

-   Para nada, mi señor -negó la muchacha, dándole el dátil como tapadera-. Los hombres de Jockhel llevan siempre mucho oro encima y son muy derrochadores. ¿Cómo se llama el hombre que buscas? 

-   Inghalot -nombró Vlannar. 

-   Un nombre conocido y por tanto peligroso -señaló la muchacha-. ¿Y qué vas a hacer con él si lo encuentras? 

-   El señor Jockhel lo quiere muerto -mintió Vlannar-. Si sabes algo o me puedes ayudar, el señor Jockhel seguro que será muy generoso contigo.

Las palabras de Vlannar parecieron tener efecto en la muchacha. Había sido una suerte encontrar una puta con ansias de mejorar su estatus. Seguro que en ese prostíbulo no se le acercaban muchos clientes, si estaba haciendo las labores de camarera. Su falta de curvas seguro que no era un aliciente para que los posibles clientes quisieran algo con ella. Esperaba que le diera algo útil, aunque siempre se lo podía sacar de otros modos, sobre todo si se mantenía leal a su jefe, el dueño de la taberna. Pero esperaba no tener que llegar a esos términos, el oro siempre era el mejor de los métodos para abrir puertas cerradas, así como bocas y secretos.

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