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martes, 2 de marzo de 2021

El dilema (65)

El tharn Asbhul había hecho reunir al druida Ulmay y a Selvho que se había convertido en su segundo al mando, gracias a su experiencia. Alvho les había informado lo que le había sacado a su protegida, pues la había presentado de esa forma. Ulmay se había mostrado desde el primer momento consternado por los supuestos vicios de Alvho y que le hubiese robado parte de su botín, pues cada esclavo valdría oro cuando lo vendieran en los mercados y una mujer joven daría mucho. Por primera vez, había visto un nuevo aspecto del curioso druida, la avaricia. Sin duda su teoría de que la corte le estaba cambiando no era desacertada. Aun así, el tharn y Selvho estaban más interesados en los datos estratégicos y sobre todo el poder de la tribu de los Fharggar. Por lo que cuando Alvho les propuso que ellos interrogasen a la muchacha no se lo pensaron dos veces.

Aibber llegó con ella en poco tiempo y ante la sorpresa del propio muchacho, le permitieron quedarse en la reunión, más por petición de Ulmay que por otra cosa. El druida temía que la joven fuese una asesina y intentase acabar con ellos. Un guerrero de más podría salvar sus pellejos, aunque Asbhul, Selvho y Alvho no tenían la misma apreciación pero se callaron sus opiniones. 

-   Alvho nos ha dicho que los hombres que hemos matado y llevaban esos tatuajes de color negro tan elaborados son los miembros de una tribu de las llanuras llamados los Fharggar -habló Ulmay el primero, lo que molesto a Asbhul, que como tharn era quien debía hablar de temas militares, no un druida-. Alvho cree que son peligrosos y que deberíamos retirarnos al río. Pero yo no creo que una tribu errante sea tan agresiva como para acabar con nuestros bravos guerreros. ¿Por qué debemos creer tus palabras? Yo creo que nos quieres mentir por algo concreto. 

-   Tú puedes o no creer mis palabras, poco me importa -espetó Alhanka con una arrogancia que alegró un poco los corazones de los militares, pero se guardaron sus expresiones para que Ulmay no se diera cuenta, ese druida advenedizo ganaba poder en la corte-. Pero los Fharggar son muy reales y muy sanguinarios. La mayoría de las tribus de las llanuras son pastores o cazadores, se pueden dedicar al comercio, tienen algunos miembros que saben luchar, para su autoprotección, pero ellos todos son guerreros, pues buscan el poder. Su credo obliga a acabar con el débil, incluso si son de su propia tribu. El resto de las tribus les temen. Aunque en ocasiones ese temor se ha convertido en unión. Pero ahora no es el caso y los Fharggar están desatados. Por lo que sabía mi esposo recientemente han atacado varias tribus para hacerse con sus mujeres y niños. Hay un reino al norte que paga grandes cantidades de oro por cada esclavo. No serán piadosos con vosotros porque por un lado os odian, como a todos los débiles que se esconden al otro lado del gran río y por otro lado les habéis robado su botín. 

-   Entiendo -dijo Ulmay, no muy convencido por las palabras de la mujer-. También has hablado que llevasteis la reliquia al sur, ¿es verdad? 

-   Mi marido llevó una estatua de las ruinas de la ensenada a una población al sur, sí -asintió Alhanka. 

-   ¿Y por qué lo hicisteis? 

-   ¿Como que porque? -preguntó a su vez Alhanka, que no dio tiempo a nadie para responder a su pregunta. Ella siguió hablando-. Los de la aldea pagaron a la tribu por ella, ya que estaba en sus dominios. Mi marido era un mercader y llevaría cualquier cosa de una tribu a otra siempre que pudiese y le reportase un buen nombre y que las tribus se portasen bien con él.  

-   No has entendido mi pregunta -aseguró Ulmay, con prepotencia-. ¿Por qué los de esa aldea querían la reliquia cuando no era suya? 

-   Eso lo dices tú -señaló Alhanka al druida con el dedo-. Ellos aseguraban que la estatua les pertenecía a ellos. Era de sus antepasados. En su día tuvieron que dejarla ahí, pero ahora habían conseguido lo que necesitaban para recuperarla. 

-   ¡Mentirosa! -gritó Ulmay como un poseso-. Esa reliquia le pertenece a nuestro señor y a nuestro pueblo. Sin duda eres una embustera. Creías que nos podrías engañar pero no es así. Tharn Asbhul torturala. Miente sobre la reliquia y sobre esos guerreros negros. 

-   ¡Basta, Ulmay! -ordenó a su vez Asbhul, molesto con las pretensiones del druida-. Recuerda ante quien estas, Ulmay. Yo soy el líder del ejército de vanguardia no tus druidas menores. Y yo soy quien da las órdenes, no tú. 

-   ¿Te niegas a cumplir mi palabra? 

-   ¿Tu palabra? ¿Quién te crees que eres? -inquirió Asbhul ofendido-. Ulmay, que el señor Dharkme te haya nombrado su confesor no indica que mandes más que un tharn. Por otro lado, de quien es o no es la reliquia me importa poco. A mi me importan las vidas de los soldados a mi mando. Y si hay una tribu acechando en las sombras, no expondré a mis hombres a una batalla perdida.

Ulmay se le quedó mirando durante unos segundos, pero prefirió dejar que el tharn tomase el mando del interrogatorio. Era mejor bajar sus aspiraciones, pues sabía que el tharn no se iba a rebajar. Ya obtendría su revancha cuando el señor Dharkme estuviera cerca.

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