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sábado, 27 de marzo de 2021

El reverso de la verdad (19)

Helene siguió a Andrei por una serie de callejones y pasadizos entre los edificios. Ella desconocía esa red de comunicaciones tras las casas, ya que nunca se había aventurado a esos lugares sombríos y asquerosos. Lo que desconocía era como Andrei parecía moverse por ellos como si fuesen su hogar. Igual el hombre tenía más de perro callejero que de informático. Si alguna vez se mostraba menos esquivo y grosero, tal vez le preguntase por ello. Al final salieron a una de las calles principales, pero lejos de su vivienda y para sorpresa de Helene, Andrei se puso a andar hacia el lado equivocado. 

-   Por aquí no se va a mi casa -indicó Helene, poniéndose a la altura de Andrei. 

-   Lo sé -se limitó a responder Andrei. 

-   Vamos en dirección opuesta -volvió a decir Helene, poniéndose nerviosa. 

-   Vamos a por mi coche. Una vez que pasemos por tu casa deberemos ser rápidos -señaló Andrei-. Tu escolta no va a querer perderte dos veces hoy. Vamos.

Helene se cayó y siguió en silencio a Andrei. Le llevó hasta un garaje público y allí para su sorpresa se encontró que Andrei tenía un Ford Focus. Para alguien que creía rico, un Focus era un automóvil bastante modesto, a su juicio. Una vez sentada cómodamente en el asiento del copiloto, descubrió que era un vehículo de alquiler. Andrei arrancó y se puso en camino a la vivienda de Helene. El tráfico era imposible a esa hora, aunque siempre lo era. En un semáforo se cruzó con un coche de cristales tintados que frenó en seco al cruzarse con ellos. Por el retrovisor, vio cómo luchaba con el tráfico para seguirlos. Entonces comprendió porque no había visto entrar a ningún matón o asesino en la cafetería. Tenían otra forma de seguir a Helene, lo que les hacía un enemigo más listo de lo que la chica parecía darse cuenta. Nunca se hubiese podido escapar de ellos.

Se aproximaron a la dirección de la chica, entrando en la avenida y consiguió encontrar un hueco de aparcamiento frente al portal de Helene, en una plaza de minusválidos. 

-   Te van a multar, no eres un minusválido -se burló Helene. 

-   ¿Tú crees? -comentó Andrei, al tiempo que sacaba del interior de sus chaqueta una cartulina azul plastificada, que Helene reconoció como una que le acreditaba como minusválido. Se fijó mejor y descubrió que ni la fotografía de carnet, ni la identificación coincidían con Andrei. Ponía Raphaël Pinaud-. Vamos no tenemos mucho tiempo.

Los dos cruzaron la acera y entraron en el portal. Helene fue esta vez la que guió a Andrei por el interior del edificio, aunque más por orgullo que por otra cosa. Se dirigieron hacia el ascensor. 

-   ¿Quién es Raphaël Pinaud? -preguntó Helene. 

-   Nadie, un señuelo -contestó Andrei, pero al ver que eso no iba a valer con Helene, añadió-. Los que te han puesto tras tus pasos ya conocen mi coche. Miraran la credencial y pensarán que ese es tu aliado. Se pondrán a buscar, pero perderán el tiempo. Esa identidad es tan falsa como la fotografía. Mejor que sigan esa pista falsa que a nosotros, ¿no crees? 

-   Sí, es posible -asintió Helene.

El ascensor les llevó hasta su planta y por el pasillo que Andrei había recorrido en la noche pasada, al piso. Helene abrió la puerta con cuidado y dejó que el hombre entrase primero. Como ya había vaticinado Andrei, no había nadie. Le pidió a ella que le llevase hasta los regalos de su esposa. Resultaron ser tres figuras de porcelana. Una era un gato negro, otra un conejo gris y la tercera un perro de manchas. Andrei las miró con detenimiento. 

-   Helene, toma aquellas cosas que necesites más que nada en el mundo. Solo lo que te quepa en una bolsa de viaje de mano -indicó Andrei-. No tenemos mucho tiempo. Y necesito otra bolsa vacía. Donde hay alguna. 

-   En ese armario -Helene señalaba un armario al final de la habitación. Andrei asintió y la chica se marchó, a empacar lo que necesitaba, que supuso que sería ropa.

Andrei descubrió varios bolsos de viaje. Tomó uno negro, de aspecto simple pero que soportaría el peso de lo que quería meter. Se iba a marchar cuando algo brillante le llamó la atención. Diseminado en el suelo había varios artículos de índole sexual, pero relacionados con la vida secreta de Helene. Eran unas orejitas de gato, unas manoplas que simulaban las garras, una cola, un juego de lencería muy ligero y una correa. Se rió de su hallazgo, pero como si no fuese capaz de resistirse recogió todos los juguetes y los metió en el bolso negro. Después se dirigió a la estantería donde estaban las tres figuras y las metió en el bolso. Ahora solo restaba esperar a Helene.

Para disgusto de Andrei, Helene tardó más de lo necesario para coger lo indispensable, pero pareció que lo que había elegido lo metió en una única maleta de mano, una con rueditas, pero pequeña. Ahora era hora de hacer que el perseguidor se convirtiera en presa.

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