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sábado, 1 de mayo de 2021

Aguas patrias (34)

Tras la captura del Windsor que había resuelto el problema de los botes, Eugenio para preservar su secretismo no se acercó a investigar ni uno solo de los avistamientos que hacían desde la cofa del mayor. Por la situación de su singladura, ya no podían encontrarse con el comodoro y la escuadra, pues estos ya estarían navegando hacia el sur. La misión, o más bien su destino se conocía por todos los marineros, aunque lo que iban a hacer era aún un secreto para la mayoría de ellos.

La tripulación veía que los oficiales estaban contentos y que se reunían con el capitán cada poco tiempo. A su vez, la tirantez de las semanas anteriores con el capitán Menendez por parte de los oficiales había desaparecido y casi era tratado como un igual, así como al resto de los oficiales de la soldadesca. A falta de la explicación de la misión por parte del capitán, los marineros se fueron dando a su propia imaginación, que iba desde asaltar alguna flota de mercantes hasta la de tomar una isla inglesa ellos solos. No había nada que no creyesen que podían hacer o conseguir, aunque la muerte estuviese contemplándolos.

Para que no estuviesen demasiado ociosos, Eugenio les estuvo ejercitando en el manejo de los cañones, incluso disparando alguna salva, subiendo y bajando de la arboladura y limpiando con mimo. De esta forma, ya no tenían tiempo para cuchichear o para inventarse tonterías. Lo único bueno es que las hostilidades entre la tripulación y los soldados se fue desvaneciendo, algo que Eugenio esperaba con creces.

Al igual que no investigaban los avistamientos, se mantuvieron lejos de las islas que iban descubriendo. No hasta que dieron con la que buscaban. Eugenio medía siempre su posición cuando se advertía la tierra. Esperando estar en el sitio que indicaban las cartas que estaba Antigua. La tripulación supieron que habían llegado a su destino cuando la cara de Eugenio se marcó con una gran sonrisa, algo poco habitual de ver, ya que le tenían por un hombre adusto. Esa noche, reunió a la oficialidad, para designar el plan de acción.

Lo primero que harían es que el cuter se acercara al puerto, para ver que descubriría y con lo que hubiese allí, se pondrían manos a la obra. Por lo tanto, durante la noche, se separaron de tierra y con el amanecer, mientras la Sirena deambulaba hacia el este, el Windsor se aproximó a tierra. El informe que presentó el tercer teniente cuando se reunió con el capitán fue muy interesante. En la bahía a parte de los dos galeones, el Puerto de Indias y el San Bartolomé, había dos bergantines y una goleta. Todos estaban bien arbolados y parecían listos para hacerse a la mar.

Con las noticias frescas, Eugenio diseñó el plan. El tercer teniente sería sustituido por uno de los ayudantes del piloto, al mando del Windsor. Se llevaría una de las lanchas de la fragata, que junto a los botes del cuter, se encargaría de llevar a los soldados a tierra. Claramente los soldados se harían cargo de los fuertes James y Barrington, mientras él con la fragata accedían al puerto gracias a las señales que había estudiado del libro que no había sido capaz de hundir los antiguos dueños de la fragata. 

El primer oficial tenía que encargarse de recuperar el Puerto de Indias, mientras que el segundo oficial el San Bartolome. Los tenientes tercero y cuarto, un bergantín cada uno y el contramaestre se haría con la corbeta. Cada uno iría asistido por un guardiamarina y un buen grupo de marineros e infantes. Con las órdenes repartidas, Eugenio le deseó suerte al capitán Menendez, que se marchó para trasladarse al cuter con los últimos de sus hombres que quedaban en la fragata. Los oficiales fueron a preparar a sus grupos de asalto.

Cuando el sol había alcanzado lo más alto en el cielo, el capitán Menendez descendía a la lancha, con destino al cuter, donde ya se estaban hacinando todos sus hombres. Habían trasladado vivieres para las horas que permanecieran a bordo, así como la munición que necesitarían para la acción. Los dos barcos siguieron navegando de un lado a otro, paralelos a la isla, hasta que empezó a atardecer. Eugenio dio orden de que el cuter se pusiese en marcha. Se despidió con el sombrero cuando el cuter cruzó su estela, en dirección a la isla. El capitán Menendez le devolvió el gesto, con una mirada seria. Sin duda, el capitán estaba tan concentrado en la tarea que se les venía encima como el propio Eugenio.

No sería hasta muy adentrada la noche, tras la cena de los marineros cuando la fragata viró de rumbo, para seguir al cuter. La idea de Eugenio era alcanzar el puerto cuando fuese la madrugada. Si las cosas les habían ido bien a los soldados, se habrían hecho con los fuertes, aunque era el James el más peligroso para la fragata, allí colocado en el canal de entrada en la bahía. Eugenio intentó dormir algo, pero no pudo y estaba seguro que sus oficiales estaban igual. Se jugaban mucho. No recuperar los galeones no era una opción posible, no si querían medrar en la Real y Católica Armada.

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