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martes, 18 de mayo de 2021

Lágrimas de hollín (79)

Los pasos de un hombre de mediana altura, vestido pulcro pero sin demasiadas distinciones, resonaban por un pasillo de suelo de madera. Un suelo viejo y astillado. Todo estaba oscuro a excepción del candil que llevaba el hombre en la mano derecha. La casa en la que estaba, debido a la hora, se mantenía en silencio. Se aproximó a una puerta y la golpeó con su mano libre. Tras un rato, cuando le pareció escuchar algo parecido a un adelante al otro lado, abrió la puerta. La luz del interior le cegó durante unos segundos, el tiempo justo para aclimatarse a ella.

El hombre entró y cerró la puerta, para evitar que el calor del otro lado se escapase. Dejó el candil en una repisa junto a la puerta. La habitación en la que estaba era una especie de despacho, mezclado con un vestidor. Ante él había una puerta abierta, a otra habitación tan iluminada como esta donde podía ver las figuras de varias jóvenes desnudas que ayudaban a otra figura a ponerse un batín de color rojizo. A la derecha de la habitación en la que estaba, había otro cuarto, ahora a oscuras, pero sabía que había una enorme bañera en la que cabían varias personas a la vez y que costaba mucho llenar de agua caliente. En el lado contrario, la habitación con las ropas del dueño de la casa. 

-   Espero que sea importante lo que me tienes que decir, no me gusta que me molesten -dijo un hombre joven de unos veinte años, que se cerraba el batín de malas formas, pero aun así el hombre tuvo que ver el miembro ondulante del joven. 

-   Mi señor Shonet, vengo de la fiesta del gremio de mercaderes -informó el hombre, lo que pareció poner contento al joven, o por lo menos no enfadarle. 

-   ¿Estaba mi padre? -inquirió Shonet, atusándose su pelo negro, mientras fijaba los ojos oscuros sobre el hombre. 

-   El señor Armhus no ha aparecido en la fiesta, mi señor -negó el hombre. 

-   ¡Maldita sea! -espetó Shonet-. Me habían informado que el viejo miserable iba a asistir. Si lo hubiese sabido podría haber ido a acompañar a la pobre Arhanna. Pero aún hay tiempo de sobra. Mañana la invitaré a pasear por los jardines imperiales. Así me disculparé por no haber podido bailar con ella. Pobre muchacha, habra estado alicaída y triste por mi ausencia. 

-   No me lo ha parecido, mi señor -comentó el hombre. 

-   ¿Qué? ¡Ya estás desembuchando, maldito imbécil! -grito echó una furia Shonet. 

-   Estuvo casi toda la velada bailando con un joven -informó el hombre-. Y cuando no bailaba, pasaba el rato hablando con él. Parecía risueña y alegre. 

-   ¿Quién es ese joven? ¿Malbour? ¿Therne? ¿Quién de esos estúpidos? -quisó saber Shonet. 

-   Ninguno de ellos, mi señor -afirmó el hombre-. Es un joven mercader que ha llegado a la ciudad. Se llama Malven de Jhalvar y parece que se ha establecido en el gremio por orden de su padre. Quieren tener un almacén en la ciudad para su comercio con los reinos más allá del Nerviuss, al sur. 

-   ¿Al sur? -repitió asombrado Shonet-. Pero si ahí solo viven unos primitivos. Bueno, cualquiera puede tener sueños e ilusiones. Halla ellos. Pero se va a convertir en mi enemigo si quiere meterse entre Arhanna y yo. Quiero que investigues a ese Malven y me presentes un informe detallado. 

-   Sí, mi señor -asintió el hombre. 

-   Ahora vete, tengo mucho que hacer -ordenó Shonet, moviendo la mano derecha para hacer que se fuera lo más rápido que pudiera.

El hombre que sabía el carácter temperamental de su señor, recuperó su candil y se marchó de allí lo más veloz que pudo. Shonet se quedó mirando durante unos segundos el espacio que había ocupado su criado, o uno de los que le servía. Prefería a su otro hombre, el antiguo militar imperial, pero por las noches era imposible localizarle. Lo más seguro es que estuviera en alguno de los burdeles de la ciudad. Le había hecho seguir y sus pasos siempre le llevaban hasta el mismo tipo de establecimiento. Y por eso era tan buen trabajador, porque siempre quería más oro para gastar en esas mujeres libertinas. Pero ese hombre lo dejaba para trabajos más complicados que recabar información, eso sería insultar su ego.

Al final, Shonet se dio cuenta que estaba cogiendo frío y tenía su propia forma de calentarse. Lo mismo que buscaba su hombre, pero él no tenía que pagar, ya que había muchas mujeres que preferían la protección de su casa a deambular por las calles frías y peligrosas de la ciudad. Y eran un par de hermosos especímenes los que hoy compartían su lecho. Pechos grandes, turgentes, pieles sedosas y unas ganas de saciarle que nunca se terminaban. Se liberó del nudo con el que se había cerrado el batín y se lo quitó dejándolo caer mientras entraba en su dormitorio, mientras silbaba. Al momento, como si fueran animales amaestrados las dos mujeres se le acercaron, estrechando sus cuerpos contra él. A Shonet solo le fastidiaba una cosa, tener que haber abandonado su casa porque su madrastra no había querido soportar a sus amigas en la casa de su padre. Un día le enseñaría mejores modales a su madrastra, se había jurado Shonet, cuando fuera él el duque de Mendhezan.

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