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sábado, 15 de mayo de 2021

El reverso de la verdad (26)

La mañana siguiente pilló a Andrei dormido sobre la mesa del despacho. Pensó que por lo menos no se había quedado dormido sobre el ordenador. No sería la primera vez que le pasaba eso. Y recordó con una pequeña tristeza las veces que le había pillado Sarah y las charlas que le daba. Claro que no era tanto por que se pudiera hacer daño en la espalda, sino porque ella había dormido sola.

Durante la noche se había visionado todos los episodios de las series que había puesto la conejita como experiencia como actriz en su currículum. No la había visto en ninguno de ellos, aunque sí que estaba su nombre en los créditos. Podría ser que alguien hubiera incluido el nombre de la chica para darle una coartada para otra cosa. Y ese alguien lo había hecho sin que Sarah se percatara. Tal vez esa era la verdadera misión de su esposa. Había descubierto cosas raras en su empresa y quería sacar a la luz la verdad.

Por un momento, Andrei intentó pensar en como Sarah se tenía que haber sentido al descubrir que su pequeño, que la obra de toda su vida, su gran sueño, se había corrompido. Pero también sabía bien que eso solo espolearía a su mujer para investigar con más esfuerzo. Con esa fuerza que proporciona las ansias de vengar a su hijo muerto. El gran error del que había usado la productora para esos temas tan oscuros, era menospreciar a Sarah. Eso quería decir que no la conocía demasiado bien, no como para saber que si algo que le importaba era destruido o roto, ella removería cielo y tierra para componerlo o hacerle pagar por ello.

Lo último que recordaba había sido intentar seguir la pista de Louise y eso sí que se había antojado más difícil. Literalmente parecía que se la había tragado la tierra. Pero encima de la mesa había una anotación, de su mano. Era el nombre de uno de los barrios marginales de la ciudad. Un lugar peligroso y lleno de inmundicia. Por alguna razón había una pista, ligera y casi imperceptible para el ojo normal, pero no para él.

Pero antes de seguir por ese camino, le rugieron las tripas. Miró su reloj y vio que eran las nueve de la mañana. Se había dormido. Se puso de pie, mientras sus huesos y músculos crujían de todas las formas posibles. Tendría que hacer algunos estiramientos o le dolería todo. Lo mejor es que la próxima noche la hiciese en su cama. Salió del despacho y recorrió el pasillo hasta la cocina. Entró y se encontró a Helene de espaldas. Por un momento sintió que tenía delante a Sarah, pero rápidamente le vinieron los recuerdos del día anterior.

Helene estaba de pie, delante de la vitrocerámica, tarareando una melodía que no supo reconocer Andrei, pero la verdad es que estaba bastante desvinculado de la música del momento. Helene vestía únicamente con una camisa que le tapaba todo el cuerpo, pero dejaba las piernas a la vista. Andrei tosió para hacer saber a Helene que estaba ahí. Ella se dio la vuelta. La camisa tenía un par de botones desde el cuello desatados, lo que mostraba una buena parte del canalillo. 

-   Buenos días, Andrei -saludó Helene, sonriendo, en parte porque podía ver en la cara de Andrei la marca de las teclas del ordenador, por lo que se había quedado dormido en su despacho-. ¿Espero que hayas dormido bien? 

-   Podía haber sido mejor -dijo neutro Andrei-. ¿Estás calentando leche? 

-   Y haciendo café -indicó Helene-. He tenido que mirar un poco en los armarios para encontrar la cafetera, una italiana, ya no se ven muchas de estas. Todo el mundo tiene las máquinas de las cápsulas. Veo que tú eres un clásico. Pero no te ofendas, yo también. También me gusta el café de estas cafeteras. 

-   Bueno, si no desordenas mucho, mientras estés aquí siéntete como en casa -murmuró Andrei, un poco azorado por la presencia de la muchacha y su falta total de decoro en su forma de vestir al ser una invitada-. Creo que por alguna parte hay una tostadora, por si quieres hacerte tostadas. 

-   Ya la he encontrado, pero gracias -afirmó jovial Helene, que veía que Andrei parecía de mejor humor o por lo menos hiriente que el día anterior. 

-   Si no te importa me voy a servir algo de café -comentó Andrei, cruzando la cocina, acercándose a un armario, donde tomó una taza y luego a Helene y la vitrocerámica. Tomó la cafetera de la placa y se sirvió el café, aún humeante en la taza. 

-   ¿Quieres leche? -inquirió Helene separándose un poco de Andrei y señalando el cazo. 

-   Me gusta solo, gracias -negó Andrei, dejando la cafetera en la placa de nuevo y moviéndose hasta otra parte de la cocina, donde estaba el azúcar.

Vertió un par de cucharadas de azúcar en la taza, revolvió y se lo bebió de un trago. Helene le miraba absorta como lo hacía. 

-   Te ha quedado muy rico -dijo Andrei tras dejar la taza en el fregadero-. Tengo que hacer unas cosas, te dejo. 

-   ¿Solo vas a desayunar un café? -preguntó Helene, sorprendida. 

-   Suelo desayunar poco -aseguró Andrei, volviéndose antes de salir de la cocina-. Pero tú desayuna lo que quieras.

Helene asintió y se dio la vuelta, para seguir controlando la leche que se calentaba. Andrei se marchó a toda pastilla, en dirección al baño. Por alguna razón estaba seguro de necesitar una buena ducha.

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