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sábado, 1 de mayo de 2021

El reverso de la verdad (24)

Andrei abrió la puerta de su domicilio y permitió a Helene pasar. La guió hasta el salón y le señaló el sofá. 

-   No tienes mala casa -dijo Helene, por romper el hielo, ya que desde la cantera, Andrei prácticamente no había hablado, a excepción de darle órdenes o para cambiar de coche. Había elegido otro coche normalito, un Renault Megane. Por lo visto a ese hombre no le gustaban los coches de alta gama, sino las estrecheces. 

-   Seguro que tu piso es mejor que este -espetó Andrei, serio. 

-   ¡Oh, vamos! No se te puede decir ni una cortesía -se quejó Helene. 

-   Ahí tienes un sofá cómodo y una televisión, te puedes entretener un rato -indicó Andrei-. Tengo que echar un ojo a unas cosas.

Andrei desapareció con el bolso que contenía el dinero y las otras cosas que había tomado de la casa de Helene, por una de las puertas del salón. Helene se dejó caer en el sofá, tras colocar su maleta junto a una pared, donde no molestase demasiado. Tomó de la mesa de té que había ante el sofá el mando a distancia de la televisión de plasma que colgaba de unos arneses en la pared contraria. El aparato seguía negro. Por mucho que teclease los botones del mando. Al final se puso de pie y se acercó a la televisión. Estaba desenchufada. 

-   Siéntate y mira la televisión -repitió Helene, molesta-. Y mira que, la televisión desenchufada. ¿Quién tiene la televisión desenchufada?

Se quedó mirando el hueco de la puerta abierta porque se había ido Andrei, sacó la lengua y encendió la televisión. Esta vez sí que el mando la obedeció. Empezó a zapear hasta que encontró un reality que le gustaba.

Andrei se había dirigido a su dormitorio, donde se quitó la ropa y se puso la de estar en casa, un atuendo más casual y sencillo. Después se trasladó a su despacho. Dejó el bolso sobre la mesa, lo abrió y sacó las tres figuritas. Eran de porcelana, pintadas a mano. Pero como había dicho Helene, eran tonterías. Pero Sarah no regalaba por regalar y menos a una supuesta confidente. Ahí había algo más, así que decidió estudiarlas mejor. Abrió su ordenador y lo encendió.

La primera de las porcelanas representaba un puente, parecía romano o del periodo medieval, el románico. Era el típico recuerdo que compras en un lugar turístico. Le dio varias vueltas pero solo tenía el “made in” y no le decía mucho más ya que él ya estaba en ese país. Así que buscó puentes en internet y tras pasar un rato revisando imágenes tras imágenes, se quedó con tres localidades que parecían tener puentes que se asemejaban a la porcelana. Apuntó los nombres de los tres pueblos.

La segunda representaba un teatro, con los actores y un público. La pieza era muy elaborada y se distinguían perfectamente todos los detalles. El autor debía ser un hombre muy puntilloso, una persona que hace todo a la perfección o no está conforme. Pero aparte de eso, poco más pudo sacar de la figura.

Solo le quedaba ya la tercera. Esta representaba a una conejita, es decir, una mujer con un disfraz de conejita. Andrei se preguntó si su Sarah le había regalado eso a Helene solo para sacar de quicio a la gatita. Que tuviera siempre delante a la persona que le ganaba si o si todas las carreras.

Estaba meditando cómo podrían casar todas las piezas cuando escuchó el ruido de una pisada. Su primera reacción fue buscar su pistola en una sobaquera inexistente, pero recordó que había dejado el arma en su dormitorio. Miró a la puerta y vio a Helene. 

-   Me aburría, no hay nada interesante en la televisión -se justificó Helene por su presencia ahí. 

-   Es verdad, yo no tengo Netflix ni nada parecido -se burló Andrei. 

-   Igual te puedo ayudar -indicó Helene, entrando en el despacho y acercándose a la mesa, mientras miraba al interior del bolso. 

-   Podría ser -murmuró Andrei sin fijarse en lo que hacía la chica. 

-   ¡Ya sabía que eras un viejo pervertido! -chilló Helene, sacando los artilugios que se había llevado Andrei de la casa de Helene, a la vez que las figuras-. Si crees que voy a hacerte un jueguecito con esto, estás muy equivocado. 

-   No esperaba nada de eso -aseguró Andrei, que realmente no sabía que le había impulsado a coger esos artículos, pero no iba a dejarse insultar por ella-. Pensé que una gata debe llevar sus garras, otras compañeras no podrían reconocerla sin ellas. 

-   ¡Cabrón! -gritó Helene, que soltó las orejas que tenía en la mano.

Helene se inclinó hacía delante y lanzó su mano derecha para abofetear el rostro de Andrei, pero este, gracias a sus reflejos agarró el brazo en el aire y detuvo el golpe, mientras con sus ojos miraba a Helene lleno de ira.

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