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martes, 4 de mayo de 2021

El dilema (74)

Los segundos pasaron más lentos que nunca y Alvho estaba cada vez más desesperado. Cada uno de ellos era un tiempo esencial y perdido para salvar a su amigo. Su mirada pasaba del campo de batalla a la cara de Dhalnnar que seguía fija en lo que pasaba en las llanuras. 

-   ¡Ya podemos! -gritó por fin Dhalnnar-. ¡Apuntad a los costados del cuadro! ¡Contra la nube de polvo!

Alvho apuntó la cosa, que tenía un aro con una cruz en su interior y Dhalnnar le había explicado que era la mira. Según el ingeniero se usaba en las ballestas y en las armas de asedio como estas. Alvho había escuchado alguna vez a los mercaderes del norte hablar de las ballestas, pero ellos no solían usarlas mucho, preferían los arcos. Al fin y al cabo, esas armas debían ser muy buenas a distancias medias y cortas, contra hombres de armadura pesada. Lo que vestían ellos, casi nunca había sido tildado de armadura pesada por los norteños, incluso algunos aseguraban que no era ni armadura. Y en el combate a corta distancia preferían sus armas de mano, no un arco raro.

Golpeó el gatillo, una pieza que le había indicado Dhalnnar y dio un paso atrás. No solo él, sino los cinco hombres que estaban con él. Un chasquido precedió a un zumbido. La pieza de madera, una estaca cilíndrica, que los herreros habían reforzado con una punta de metal y que ellos habían colocado sobre una ranura, salió disparada hacia las llanuras. El zumbido lo producía la pieza de madera al cortar el aire, pero al alejarse se fue perdiendo ese sonido y llegado el momento desapareció en la nube de polvo. Habían disparado dos por el costado derecho y dos por el izquierdo.

Para Alvho fue una sorpresa, pero para Dhalnnar, sonriente, claramente no. Las nubes de polvo se fragmentaron incluso empezaron a disiparse. Algunos caballos aparecieron sin jinetes, corriendo hacia la inmensidad de las llanuras. Alvho miró a Dhalnnar. 

-  ¡Volved a cargarlas! -ordenó Dhalnnar que le empezaba a gustar esto de ser un oficial militar-. ¡No dejemos que se recompongan! 

-   ¡Ya habéis oído! -repitió la orden Alvho, saliendo del sopor del primer disparo y dándose cuenta de que no debían perder la oportunidad.

Alvho se encargó de colocar otra estaca. Eran largas y por la punta de metal, las convertía en pesadas. El resto de los hombres estaban dando vueltas un cabrestante situado junto al gatillo. Según lo que les había explicado Dhalnnar, girar ese cabrestante todo lo posible es lo que hacía que ese arma fuera tan poderosa. Cuando los cables que tensaban parecían estar a punto de romperse, ordenó a los hombres que se retiraran, apuntó con la mira, contra un grupo de jinetes que se habían quedado paralizados por la sorpresa y disparó.

Ahora, con un blanco estático y sin el polvo que le dificultara la visión, pudo entender lo poderosa que era el aparato de Dhalnnar. La punta metálica de la estaca destrozaba los cuerpos de los jinetes, mientras seguía su camino. La sangre, los trozos de los cuerpos, miembros amputados y caballos huyendo despavoridos, lanzando saliva por sus morros.

La segunda andanada de estacas mortales fue demasiado para la moral de los Fharggar que empezaron a retirarse, dejando al cuadro avanzar sin ser molestado. Alvho sabía que Shelvo no permitiría dejar pasar esa oportunidad, que movería a sus hombres. Pero Shelvo decidió que era mejor subir un poco la moral de sus hombres y por un momento detuvo el avance. El centro del cuadro se abrió y los arqueros que allí se escondían lanzaron sus flechas contra la caballería que se retiraba. Muchos Fharggar cayeron de su montura, sin darse cuenta de quien les había atacado. Tras dos o tres raciones de flechas, los arqueros volvieron a desaparecer entre los escudos y el cuadro volvió a ponerse en marcha. 

-   No debía haber hecho eso -se quejó Alvho, acercándose a Dhalnnar-. Está perdiendo el tiempo que le hemos conseguido. 

-   Creo que te equivocas, Shelvo es un viejo astuto -negó Dhalnnar-. Por un lado, ha dado un poco de moral a sus hombres, esos que han estado siendo masacrados por las hordas de jinetes arqueros. Se han podido vengar. Es obvio que Shelvo sabe que aún vamos a tener más batalla con esa tribu. Por otro lado, no solo ha herido o matado Fharggar, sino que también ha herido caballos y me da que los Fharggar se centran en el combate sobre sus caballos. Ya veremos que tal se les da el combate en tierra. 

-   Esperemos que sea así -dijo Alvho, que dio unos toquecitos a una de las armas-. Menos mal que tenemos a estos pequeñines. ¿Como has dicho que se llamaban? 

-   Balistas -contestó Dhalnnar-. Pero solo son cuatro y lo más simple del repertorio de nuestro ejército. Hay otras armas que te gustarían más...

Dhalnnar dejó de hablar al ver que Alvho se había quedado dormido, de pie, agarrado a la balista, con una sonrisa de oreja a oreja. Sin duda, no había descansado desde que había llegado a la ciudadela, todo el rato pendiente de lo que les ocurriera al tharn, a Shelvo y el resto del ejército de vanguardia.

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