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sábado, 15 de mayo de 2021

Aguas patrias (36)

Mientras la Sirena se iba aproximando a la entrada del canal, dos marineros iban cantando la velocidad y la profundidad al fondo. El piloto asentía con cada comunicación de marineros de la proa. Eugenio dejaba hacer al piloto. Hacía rato que su asistente le había traído a él y a todos los presentes en el alcázar los abrigos y capas de tormenta, que usarían para tapar sus uniformes y así engañar a los ingleses que pudieran estar observándolos con los catalejos. Pero ya desde el primer momento, Eugenio estaba intranquilo, había notado algo raro en el ambiente. Algo le ponía nervioso y no era capaz de saber que era.

Dio órdenes de recoger velas, dejando las necesarias para maniobrar en el canal. Eugenio se situó junto al piloto y entre los dos fueron maniobrando con meticulosidad. El resto de oficiales desaparecieron bajo cubierta. Abandonarían la fragata por los ventanales de la galería de popa, de esa forma pasarían desapercibidos por parte de los vigías de tierra. Cada viraje les acercaba a la fortaleza James. La de Barrington la habían dejado hacía rato atrás. Habían hecho la señal secreta y desde el fuerte no habían respondido absolutamente nada. Tal vez esa falta de respuesta es lo que le tenía a Eugenio intranquilo. Pero ya no podían volverse, había que ir hasta el final. 

-   Señor Torres, avise a los oficiales que acerquen los botes, colocándolos en la banda -indicó Eugenio, mirando al guardiamarina. 

-   Sí, capitán -murmuró el muchacho antes de desaparecer por la escotilla más cercana. 

-   Señor García -llamó Eugenio a otro de los guardiamarinas-. Que saquen los cañones de la banda de babor. Que se preparen para hacer la salva de honor.

El guardiamarina asintió con la cabeza y también descendió a la carrera. Eugenio, asintió y miró la distancia que le separaba de la fortaleza James. Le parecía que habría cinco o seis millas. Tenía todo el tiempo del mundo para que sus hombres atrajeran los botes en la oscuridad que aún parecía reinar. Si estuvieran más cerca, los soldados de la guarnición se podrían percatar de lo que se traían entre manos. Al poco regresó Torres indicando al capitán que el teniente Salazar había recibido su mensaje. 

-   ¡Gavieros! ¡Gavieros! -gritó Eugenio con su potente voz-. Recoged las juanetes, pero dejad la perico. Dejadlas listas para desplegarlas con rapidez.

Los marineros que pululaban por la cubierta empezaron a subir con rapidez por los obenques. Las órdenes del capitán había que llevarlas con la celeridad debida. Pues todos sabían que Eugenio esperaba que se hicieran todas las maniobras con la celeridad debida a un navío de linea. Los marineros sabían además que se jugaban mucho. no podían fallar en su trabajo, porque lo contrario podría hacer que su misión se fuera al tras o peor, morir todos. 

-   Señor García -dijo Eugenio cuando regresó al alcázar el guardiamarina-. A la driza de señales. Tenga listos los banderines de la señal secreta. 

-   Sí, capitán.

El joven guardiamarina se acercó a donde se ataba la driza y un marinero acercó la caja con las banderas de señales. Eugenio se quedó mirando el pabellón que ondeaba en la driza de la cangrejo. La gran bandera roja con las cruces blanca y roja sobre fondo azul en uno de los cuadrantes. Era la misma bandera que lucía la fragata cuando la habían capturado y por unos minutos había regresado a ese lugar. La bandera española permanecía escondida de los ojos ajenos, pero lista para cuando tuvieran que cambiarla por la actual. Eugenio ni la fragata podrían abrir fuego sin cambiar la bandera. Tampoco sus hombres podrían tomar los barcos de la bahía sin que la Sirena mostrase su verdadera nacionalidad. Era posible navegar con bandera falsa, pero no luchar con ella. Si no lo hacían, se les podía tildar de piratas o cosas peores.

Eugenio sacó su catalejo y observó la fortaleza James. Podía ver las bocas negras de los cañones que lo observaban. Pero no conseguía detectar mucho movimiento en su interior. Podría ser que la guarnición estuviese escondida, lista para acribillar la fragata al pasar por el canalizo. O por otro lado, habían sido informados por la otra fortaleza y pensaban que la Sirena era un barco propio. O en el caso más óptimo, la fortaleza estaba en manos del capitán Menendez desde hacía rato. La cuestión es que hasta dentro de mucho, hasta que empezasen a huir, si pasaban la primera prueba, no sabría si Menendez y sus soldados lo habrían conseguido, porque él no podía engañar dos veces a la misma guarnición.

La suerte estaba echada, solo le quedaban escasas millas para poner a la fragata ante las fauces negras de la fortaleza James. Si les habían detectado a los soldados, si los habían capturado y estos habían hablado, o no aceptaban la señal secreta, la fragata no podría volverse en el canalizo, así que una vez dentro ya no había vuelta atrás. Por ello, Eugenio entre dientes rezó.

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