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sábado, 29 de mayo de 2021

El reverso de la verdad (28)

Bajaron en el ascensor, sin cruzarse con ningún vecino, hasta el garaje y lo recorrieron hasta su plaza. El garaje estaba desierto y con muchos huecos, ya que por la hora que estaban muchos residentes estarían en sus trabajos. Se montaron en el coche, Andrei puso la llave en el contacto y encendió el motor. Tras unas maniobras sacó el coche de la plaza y se pusieron en movimiento.

Dada la hora que era, había tráfico en la ciudad y por ello, Andrei decidió tomar el camino largo. Les costaría más tiempo por carretera, pero podrían tomar una de las circunvalaciones que rodeaban la ciudad. Encontraron un cierto alivio, pero no se libraron de la afluencia de vehículos. Helene desde su asiento de copiloto, podía ver como camiones y grandes coches les adelantaban, llenaban los carriles. Pero la verdad es que la chica no se preocupaba por esas nimiedades. Aunque sí que tenía tiempo para verlas, ya que ya no tenía un móvil que tener en sus manos y unas redes sociales que mantener. Solo de pensarlo se le encogió su corazón. Por culpa de Andrei podría perder a sus seguidores, el coro de aduladores que le había costado conseguir. Había sido bastante tiempo empleado en adular, dar a “Me gusta” en publicaciones y escritos que eran de todo menos interesantes, pero que le habían valido para que sus propietarios se vieran en la necesidad de devolver el favor. Solo de pensarlo, Helene bufó de desesperación. 

-   ¿Te pasa algo? -preguntó Andrei sin dejar de mirar el tráfico-. Ya te he advertido que te podías quedar en mi piso. Pero tú has insistido en acompañarme. 

-   No me estaba quejando de eso -indicó Helene, que no quería recordar hacia dónde se dirigían-. Solo pensaba en el móvil que me destrozaste ayer. 

-   ¿Ah, sí? -inquirió sorprendido Andrei-. ¿Y por qué? Cuando todo esto termine te podrás comprar otro. 

-   Ya, pero… -murmuró Helene, que no estaba segura de que debiera seguir hablando. 

-   Te prometo que te compraré otro cuando terminemos con lo que estamos haciendo -aseguró Andrei-. Pero tú móvil viejo era una forma de localizarte. Además seguro que tienes cuentas en redes sociales. Lo más seguro es que respondieras inocentemente a uno de tus seguidores. Ellos esperan un error tan tonto como ese. Pero eso es algo que ya comprendes demasiado bien. Y no pareces tan tonta como para estar desesperada por tu audiencia en una red social, ¿no? 

-   ¡Claro que no! -negó haciéndose la ofendida-. ¿No sé por quién me tomas? 

-   Lo que yo pensaba -afirmó Andrei.

Helene hinchó las mejillas, como si siguiera enfadada al tiempo que se callaba. Era mejor que Andrei pensase que la había ofendido o algo parecido. No podía reconocer que él había acertado de pleno en que echaba de menos las redes sociales y se podía dejar pillar por la organización tan fácilmente. Y lo último que quería parecer ante Andrei era como una tonta o como una superficial. Había algo que la impulsaba a ser mejor que Andrei o más bien mejor a la opinión que tenía él de ella.

Tras un buen rato por la autovía que rodeaba la ciudad, rodeado de naves y polígonos industriales, por fin Andrei tomó una salida y poco a poco fueron internándose en un barrio de viviendas. Pero las iniciales eran poco más que chabolas de mala muerte, que se transformaron en edificios de un solo piso. Ni las unas ni las otras daban mucha seguridad. Salirse del coche en esa zona era peligroso, o así lo veía Helene. Cuanto más se aproximaban a su destino, los edificios ganaron altura, pero seguían siendo moles de hormigón sin vida. Tonos grises, blancos o ocres. La mayoría de ellos eran solo viviendas, pisos estrechos e inmundos que se abarrotaban de familias enteras o más de una. Solo en el centro del barrio se podían ver tiendas en los bajos de los edificios. Así como hoteles y pensiones. Los autobuses del ayuntamiento pasaban por allí, pero solo por las calles más anchas.

Lo primero que hizo Andrei es encontrar su destino. Era una pensión de bajo nivel, llamada “La Dame Avare”. Resultó estar en una de las calles por las que pasaban los autobuses. Se podría decir que era una arteria principal. El edificio tenía cuatro plantas y en otro tiempo había tenido su lustre. Pero ahora las paredes se habían ennegrecido, estaban desconchadas. Las ventanas eran de madera, con vidrios deslucidos, de las que seguro no cerraban bien. Las persianas, que en casi todas las ventanas estaban casi echadas, les faltaban listones, por lo que Helene dudaba que hicieran bien su trabajo. Lo siguiente que hizo Andrei fue buscar un lugar para aparcar el coche. Eligió una calle más pequeña y menos concurrida. Aparcó donde pudo y dejaron el vehículo. En silencio se dirigieron a la pensión.

El trayecto que estaban recorriendo hasta la pensión parecía normal, pero había demasiados ojos interesados en ellos, aunque Andrei estaba seguro que esas miradas estaban más fijas en Helene. En algún momento Andrei supo que alguno se iba a envalentonar y tendría un curioso espectáculo. No tenía ganas de contratiempos, pero parecía que el azar siempre era caprichoso. Pero no iba a a ser en ese momento, porque llegaron a la puerta de la pensión, una mole de metal y vidrio que había conocido otras épocas de lujo y frenesí.

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