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martes, 1 de junio de 2021

El dilema (78)

Una racha de viento nocturno movió los mechones de Alvho y Attay no pudo evitar un escalofrío. Ambos entendieron el viento como un augurio, bueno o malo, según sus puntos de vista. 

-   Ahora es cuando llegan las amenazas, que si he de tenerte miedo, que si me vas a hacer sufrir -se burló Attay-. He vivido mucho tiempo y viviré el que Ordhin me quiera prestar. No le temo a la muerte, y no hay nada que puedas hacer para que te revele lo que quieres saber. 

-   Bueno, yo esperaba un poco de animosidad por tu parte -reconoció Alvho-. Pero supongo que si no quieres ayudarme, no hay más de que hablar. Aunque sí hay algo que te puede hacer cambiar de opinión. 

-   Sí, ¿qué? -inquirió Attay, sorprendido. 

-   Como ya pareces saber mucho de mi situación, no es algo que desconozcas que acabamos de regresar de los páramos -señaló Alvho-. Pues me he traído una de esas criaturas negras que los moran. La pobre aún no ha comido. Creo que tú podrías ser un buen alimento.

La sonrisa que Attay había mantenido durante todo momento se había esfumado. Alvho estaba seguro de que al anciano le habían llegado los rumores sobre las costumbres de los salvajes de los páramos. Aibber no lo había creído necesario, pero había llevado a cabo el plan de Alvho y había aireado las historias de las artes oscuras y primitivas de las tribus enemigas. Y por lo visto Attay había caído en ella como otros muchos. Tal vez el líder de los asesinos de Thymok no era tan listo como se creía.

Pero a parte de la sorpresa inicial, Attay pareció recuperarse y se lanzó contra Alvho. Los filos de las dagas relampaguearon con la luz de la antorchas lejanas. La carrera de Attay fue rápida pero los reflejos de Alvho más. La daga curvada que Attay blandía con las dos manos había chocado con una de las de Alvho, mientras que su segunda arma pinchaba en la tripa del anciano. 

-   Parece que he cometido un error de bulto -murmuró Attay-. Ya no podré conocer a tu criatura. 

-   ¡Hum! Puede ser, pero no está lejos de aquí -comentó Alvho-. Si te dejo moribundo, llegarás vivo aún para verla y hablar con ella. 

-   Pero seguro que encontramos una forma de librarme de esa experiencia -rebatió Attay, que no podía moverse, bloqueado por Alvho. Había lanzado un jaque y ahora sabía que moriría, pero esperaba que por la daga de Alvho, no por la criatura. Las historias de los enemigos que se alimentaban de los hombres vivos le aterraban, más de lo que podía reconocer a nadie-. ¿Tal vez si te respondo a una pregunta que quieres saber? 

-   Es curioso lo que los cambios en las situaciones hacen cambiar a la gente -indicó Alvho-. Una pregunta entonces. 

-   Pregunta. 

-   ¿Quién ha puesto precio a la cabeza de Ulmay? -inquirió Alvho. 

-   Han sido varios -contestó Attay-. Valmmer obviamente, Ulmay quiere su puesto como gran druida. Pero también Olttho, el líder del gremio de mercaderes. Parece que no le gustan las ideas de apretarse el bolsillo, austeridad. Y Wehyl, parece que también ha molestado al heraldo. 

-   ¿Gherdhan no está en el ajo? -preguntó sorprendido Alvho. 

-   Hemos apalabrado una pregunta -se quejó Attay, pero añadió-. Como última dádiva, el canciller no se ha metido en este asunto. Parece que prefería a otros individuos. Los mismos que creo que tú has estado eliminando. Aunque la verdad, es que no eran hermanos, sino aficionados. A nosotros poco nos importan sus muertes. 

-   ¿El encapuchado con el que hablabas antes en el establo, quien era? -volvió a preguntar. 

-   Lo siento, pero eso es otro juego -negó Attay-. Creo que los negocios y las promesas son quienes nos definen. Y yo te veo muy parecido a mi. Ya no hay más respuestas, ni más preguntas. Ya sabes lo que viene ahora.

Alvho asintió y clavó con fuerza la daga en la tripa de Attay. El anciano no opuso resistencia. Dejó caer su daga curva que hizo un ruido sordo en el tablazón del muelle. Con la daga libre, le cortó el cuello a Attay, mientras rodeaba el cuerpo, para evitar que la sangre que salía a borbotones le manchase las ropas. Tras ello empujó el cuerpo, que cayó en las aguas del río. El oleaje que reinaba rápidamente hizo desaparecer el cuerpo sin vida de la vista. Alvho no sabía si cuando Attay se sumergió en el agua estaba moribundo o totalmente muerto, ya no era un peligro para él. Pero ahora sabía quienes eran los enemigos de Ulmay y sabía que había dos asesinos más de su gremio en la fortaleza, con orden de acabar con el druida.

Recogió del suelo la daga curva de Attay. Era una buena pieza, bien nivelada y seguramente letal. Pero la tiró al río. Un asesino solo podía usar sus armas, no las de otro. Esa daga debía reposar con su dueño o por lo menos donde su dueño murió.

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