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sábado, 26 de junio de 2021

El reverso de la verdad (32)

Cuando los rayos de luz empezaban a escasear y la oscuridad empezaba su reinado, Andrei detuvo el coche en un parking junto a una calle y la vega del río. En esa zona, el ayuntamiento había construido un gran parque, pero de eso hacía ya mucho y los que antiguamente eran personas honorables en un barrio medio, ahora eran camellos, drogadictos y prostitutas. Según se apearon del vehículo los camellos y las prostitutas se acercaron a ellos como moscas a la comida. Andrei se encargó de espantar a los moscones. Se adentraron en el parque y comenzaron a buscar a Louise. 

-   No me gusta este sitio -murmuró Helene, que no quitaba ojo a cada esquina o seto. 

-   Mejor que te guardes tus pensamientos y encuentres a Louise pronto -le advirtió Andrei, que hacía tiempo que le había parecido ver movimiento tras ellos y no les quitaba el ojo a un par de argelinos que les seguían.

Los argelinos eran un par delgaduchos, pero no parecían drogadictos. Por las pintas o eran proxenetas o unos vulgares ladrones. Menos mal que había dejado el silenciador puesto a su pistola, que aún tenía todo el cargador lleno. Si iban a hacer algo, pronto se pondrían en ello. 

-   ¿Me gusta tu amiga, cuanto por ella? -gritó uno de los argelinos.

Helene se dio la vuelta, pero Andrei la tomó del brazo y la arrastró hacia delante, como si no hubiera escuchado al argelino. Los dos hombres pusieron cara pocos amigos, al ver que Andrei apretaba el brazo y el paso. Los dos siguieron tras sus pasos. 

-   Vamos, amigo, no ves que la haces daño -espetó el otro argelino. 

-   Vamos, hombre, que todos somos hombres de negocios -habló el primer argelino. 

-   De todas formas, si la querías para ti, no haberla traído -se burló el segundo de los argelinos, que hasta ahora eran los únicos que hablaban-. Te pagaremos bien por ella. Una joya así es digna de ver. 

-   ¡Iros a la mierda! -gritó Helene-. Yo no me mezclo con escoria como vosotros. 

-   ¡Uh, con la zorra! -se quejó el primero de los argelinos-. Va a ver que darte un correctivo para que entiendas tu lugar. Las zorras no hablan, solo jadean.

La última frase debió hacerle gracia al otro que lanzó una carcajada. Aunque podría ser porque habían aparecido otro par de argelinos delante de Helene y Andrei, cortándoles el camino. 

-   Última oferta, amigo -volvió a hablar el primer argelino-. Nos la entregas y no te matamos. Suelta a la chica y dile adiós. 

-   ¡No sabéis con quién tratáis, idiotas! -espetó Helene, que notó como Andrei soltaba su brazo. 

-   Creo que eres tú quien no sabes con quien tratas, zorra -aseguró el primer argelino, a la vez que sacaba una navaja, al igual que los otros tres compañeros-. Nosotros somos los que tenemos el poder. 

-   ¿Qué dices que tienes tú? -inquirió por fin Andrei, que se volvió y empezó a caminar hacia el primero de los argelinos, que se sorprendió del cambio de actitud de Andrei, pero adelantó la navaja para defenderse, mientras hacía un gesto con la mano libre.

Los tres compañeros se abalanzaron contra Andrei, que parecía desarmado. Pero de la nada se vio la primera detonación y el gemido de dolor de un argelino al ser alcanzado. Los otros dos no fueron capaces de reaccionar con tiempo y acabaron revolcándose por el suelo de grava y arena que formaban los caminos en el parque. Andrei le pegó un manotazo a la mano de la navaja y esta cayó al suelo. Con la mano libre agarró el cuello del argelino y puso el cañón del silenciador en la frente. 

-   Aquí tienes mi contra oferta, amigo -le advirtió Andrei al argelino-. Tus amigos se duelen de lo que sale por aquí, pero han tenido mejor suerte, pues ellos puede que lleguen a algún hospital o clínica clandestina y se salven, pero tú, con una bala en la cabeza lo dudo. Así que me vas a dar la información que busco o ya sabes lo que va a pasar. 

-   Sí, sí, sí, lo que quieras -asintió el argelino. 

-   Busco una puta, una tal Margot -le indicó Andrei-. Este lugar es muy grande, y está de noche. ¿Sabes dónde encontrarla? 

-   Sí, sí, Margot, junto a la fuente de la primavera, a doscientos metros hacia delante -afirmó el argelino. 

-   ¿Sin pérdida? ¿O me estás enviando a una trampa? 

-   Sin pérdida, lo juro -aseguró el argelino. 

-   Por el Misericordioso, que si me estas mintiendo sea él quien desate toda su ira sobre ti -pidió Andrei, apretando el cañón del silenciador contra la cabeza. 

-   ¡Lo juro, lo juro! -exclamó el argelino. 

-   Bien, te creo -asintió Andrei, retirando la pistola de la cabeza del argelino-. Muchas gracias por tu ayuda. Nos vamos, no se te ocurra seguirnos.

Pero antes de que el argelino dijera nada, Andrei le disparó en la rodilla. El ruido de huesos quebrándose y el grito de dolor, llenó el ambiente. Andrei y Helene siguieron hacia delante, dejando varios cuerpos revolviéndose en el suelo, presas del dolor. Andrei estaba seguro que uno estaba muerto y los otros ni le seguirían.

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