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martes, 29 de junio de 2021

Lágrimas de hollín (85)

Bheldur le había contado a Fhin como había ido la conversación con el noble. Ambos se habían reído de la simplicidad de Shonet. La verdad es que las amenazas veladas que había proferido contra el pobre Ghalva sólo les había hecho reírse de lo lindo. Pero lo que más le había interesado había sido que Shonet se había dirigido después de hablar con Bheldur a conversar con el alto magistrado Dhevelian. Con el oro de Shonet había obtenido de que se había hablado en esa reunión. Shonet había informado de los supuestos negocios sucios de Malven. Claramente el alto magistrado se había interesado por ello y quería estar informado de todo. Parecía que los imperiales sí que querían al final la parte del negocio. Fhin aseguró que recibirían lo que se merecían. Después se dedicaron a montar la visita de Shonet a Jockhel. Fhin quería que el noble pasase miedo y Bheldur ideó una serie de juegos para ello.

La misiva de Ghalva le llegó a Shonet cuando estaba apunto de cumplirse el plazo de dos días que le había prometido a este. Ghalva le indicaba que debía esperar a un carruaje ante la puerta este de los jardines imperiales, en la madrugada siguiente. Venía escrito la frase que le dirían y lo que debía responder. También le advertía que fuera muy moderado al hablar, pues al líder criminal no le gustaban demasiado los nobles ni su prepotencia.

Con la madrugada, Shonet esperaba en el lugar convenido. Pero tenía hombres rodeándole, escondidos, pues quería saber a donde le llevarían. Un carruaje, uno modesto, se acercó a donde estaba y un hombre, una especie de matón, abrió la portezuela. Dijo la frase convenida y Shonet la devolvió. Tras eso el hombre le indicó que entrase. Shonet subió y se sentó frente al hombre. Para su sorpresa no le taparon la cabeza ni las cortinas de los ventanucos estaban echadas. Shonet pudo ver como el carruaje recorría zonas conocidas y pronto se dio cuenta hacia donde le llevaban, al barrio de La Cresta. Cuando estuvo seguro de ello, intentó quejarse y levantarse, pero el hombretón le golpeó, obligándole a sentarse de nuevo. Le mostró una especie de cuchillo de carnicero y le sonrió como si estuviese deseoso de usarlo con él. Debido a la estrechez del carruaje Shonet dudaba salir bien parado de un encuentro de esa índole con su compañero de viaje.

Al final, vio con tristeza como pasaban por las puertas de acceso a La Cresta y como las casas pasaron a ser de bajo nivel, con paredes destrozadas y antiguas. Pero el problema eran las caras de asco que le dirigían la mayoría de los ciudadanos que se cruzaban con el carruaje, que ahora avanzaba mucho más lento. Shonet ni intentó pedir que se echaran las cortinas y se agazapó en su asiento. Los viandantes le señalaban, hablaban entre ellos y se burlaban de él. Otros le amenazaban con las manos. Pero había algo que les impedía acercarse. Si hubieran querido, podrían haber parado el carruaje, haberle sacado, robado y posiblemente asesinado. Ningún noble o rico entraba así en el barrio de los pobres. 

-   ¿Te preguntas porque nadie hace ni el amago de atacarnos? -habló su acompañante. 

-   Sí -asintió con un tono débil Shonet. 

-   Este carruaje pertenece a Jockhel -indicó el hombre-. Ellos lo saben y no se acercarán. Tienes suerte de tener su protección. Mejor que tu propuesta hacia él sea interesante, porque te podría dejar al cuidado de ellos.

El hombre se calló de nuevo y en su rostro apareció una sonrisa maléfica. Shonet prefirió el silencio a enterarse de más. Pero estaba seguro que iba a encontrarse a alguien verdaderamente peligroso, igual la peor persona con la que se había encontrado nunca.

El carruaje le llevó hasta una plazoleta rodeada de casas que se accedía por un callejón con el tamaño justo para el carruaje. En la plaza había una estatua ecuestre antigua de alguien que Shonet no supo reconocer. La plaza estaba llena de gente, aunque la mayor parte eran hombres armados. El carruaje se detuvo delante de uno de los edificios, el más grande de todos, con una galería formada por arcos. Una joya de otra época de esplendor.

De entre los arcos aparecieron cinco hombres, al tiempo que el hombretón que tenía enfrente se levantó y salió del carruaje. 

-   ¡Date prisa! -le gritó el hombretón desde fuera-. Estos hombres te acompañarán ante el señor Jockhel. No le gusta que le hagan esperar, así que muévete.

Shonet se puso en pie como un resorte y bajó del carruaje. Los hombres le rodearon y se pusieron en marcha en dirección a la casa. Entraron por un gran portal y cruzaron un largo pasillo. La decoración dejó a Shonet sobrecogido. La mayor parte eran tapices que llenaban las paredes, algunos cuadros, esculturas, pero lo que le llegó al alma fueron los tarros que había sobre unos atriles con forma de columnas. Dentro había cabezas humanas, en mayor o menor grado de descomposición. Algunos rostros parecían calmados, pero otros tenían unos rictus desagradables. Todos los tarros tenían diversos nombres, pero que a Shonet no le sonaban de nada, a excepción del último, que estaba vacío. En la tablilla dorada pudo leer Shonet de Mendhezan. Sabían perfectamente quién era.

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