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sábado, 12 de junio de 2021

El reverso de la verdad (30)

Mientras pensaba en su siguiente jugada, Helene se acercó a Andrei, con un paso calculado para que el recepcionista empezase a babear. 

-   A mi amigo no le gustan los problemas -dijo Helene-. Y este parece uno. Me había asegurado que esa Louise o Margot era única. Estoy segura que un tío como tú sabe por donde se deja caer Margot, ¿verdad? 

-   Bueno, puede que sepa algo, pero todo tiene un precio… -empezó a decir el recepcionista, mirando con una avidez que rozaba lo asqueroso el hombre. 

-   Es verdad, la información tiene su precio -afirmó Helene, con un tono aún más meloso que antes, que dejó sorprendido a Andrei-. ¿Un par de cientos te vienen bien? 

-   Bueno eso estaría bien, pero no me hace recordar bien donde se encuentra -regateó malicioso el hombre-. El dinero puede ayudar pero yo soy de otra pasta. Tal vez… 

-   Estos barrotes no son el mejor lugar para discutir un buen precio -aseguró Helene-. ¿Tal vez hay un despacho más privado? 

-   Sí, sí, al final del pasillo -asintió el recepcionista, pero miró a Andrei-. Que tu amigo se quede aquí. No parece de los que saben llevar bien una negociación. 

-   No te preocupes, él se queda aquí. Él es un buen chico -indicó Helene, acariciando el pelo de Andrei como si se tratase de un perro-. Los chicos buenos siempre reciben sus premios. ¡Sit down!

Helene se dirigió hacia una puerta que había al final del pasillo que había indicado el recepcionista. El hombre se quedó mirando por un momento a Andrei, que no se movió ni una pizca del sitio donde estaba y le miraba con una mirada neutra, como si le importase poco lo que hiciese la mujer. Entonces se fue por una puerta, que dejó abierta, como para controlar a Andrei, que daba a una sala de estar o despacho amplio, donde normalmente estaría el recepcionista por las noches. Andrei distinguió como descorría un cerrojo y abría una puerta para dejar entrar a Helene.

Desde su posición, vio como la chica entraba en la otra sala y el hombre volvía a cerrar con llave la puerta. Como no estaban demasiado cerca, no pudo escuchar lo que decían, pero se lo imaginaba. Ese hombre estaría buscando otro tipo de compensación por parte de Helene. Fuera lo que fuera que hacía Helene, se quitó de la parte que veía por la puerta que había dejado abierta el hombre. Al principio, le vio junto a la puerta, pero después desapareció tras Helene. Por ello, Andrei dejó de ser un buen chico y se dirigió hacia la puerta.

No llevaba allí ni unos segundos cuando se escuchó un grito desgarrador, seguido de un golpe de alguien que se había desplomado contra el suelo. Tras ello, se escuchó como el cerrojo se descorría de nuevo y la puerta se abrió dejando ver a Helene sujetándola y al hombre, con los pantalones bajados, hecho un ovillo, agarrándose la entrepierna. 

-   La verdad amigo, deberías haberte conformado con los euros -sentenció Helene, risueña-. Todos los hombres de su calaña solo piensan en lo mismo, ¿no crees? Mi amigo ya no va a hacerte ni una oferta más, mejor que hables.

Andrei entró en la habitación y Helene cerró la puerta, cerrando con llave. Después se dirigió a la puerta por la que se accedía a la recepción y la cerró también, quedándose apoyada en ella. Andrei levantó al hombre, que había resultado ser un individuo bajo, y delgado. Lo colocó en una silla y le levantó la cabeza. Su rostro se había convertido en una mueca de dolor y odio. 

-   Bueno, ya has recibido tu pago, espero que te haya gustado -indicó Andrei-. Ahora viene el momento de la información. ¿Dónde puedo encontrar a Lousie o Margot, o como se haga llamar ahora? 

-   Vete al infierno -espetó el hombre, escupiendo a Andrei, pero este se había alejado y el escupitajo cayó en el suelo entre ellos. 

-   Y yo que pensaba que trataba con un hombre de esos con honor -se burló Andrei, sacando su pistola y un silenciador que empezó a enroscar en el cañón-. Donde ha quedado que este establecimiento es honrado. Me da que el que miente eres tú. Pues ahora el que negocia soy yo. Yo hago las preguntas. Y si me respondes, sigues bien, pero si lo que dices es nada o algo que bale nada, te pagaré, pero en lo que sale de este juguete. Y estate seguro de una cosa, yo no soy de la bofia. ¿No crees?

El hombre se quedó petrificado por la sonrisa que apareció en la cara de Andrei, le recordó la de un tiburón de esos que aparecían en los documentales que llenaban sus días en la recepción de pensión. 

-   Parece que no has entendido cómo va a ser esto -siguió hablando Andrei-. Yo te he hecho una pregunta y tú no has abierto tu boca. Esto vale un pago. Pero como soy bueno, la voy a repetir, pero es mi último gesto de magnanimidad. ¿Sigues creyendo que soy de la bofia? 

-   No… no… no lo creo -consiguió salir de la boca del hombre, mientras que un líquido amarillento empezó a acumularse debajo de la silla del hombre.

Andrei miró el suelo y se sonrió, ese hombre estaba listo para hablar por los codos. Por fin obtendría una nueva pista.

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