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martes, 15 de junio de 2021

El dilema (80)

Antes de que los primeros rayos del Sol comenzaran a iluminar la tierra, los guerreros de Gherdhan ya se habían trasladado a la defensa de la empalizada y junto a las balistas tras la nueva muralla en construcción. También había colocado dos líneas tras la empalizada, armados con hachas y escudos grandes. Tras estos guerreros se habían apostado cientos de arqueros, con muchas flechas, listos para descargar miles de aguijones sobre el enemigo. Pero no solo las flechas eran lo que tenían preparado para los Fhanggar. Las balistas nuevas habían sido construidas sobre plataformas, para quedar por encima de las cabezas de los guerreros de las empalizadas. 

-   ¿Qué son esas cosas? -preguntó Alvho señalando otras diez estructuras altas que habían colocado entre las plataformas de las balistas. Junto a ellas estaban dejando ánforas bajas y redondeadas de barro, tapadas los cuellos con trozos de tela. 

-   ¡Ah! No se te escapa nada -respondió Dhalnnar que caminaba junto a Alvho, acompañándolo a la reunión de oficiales que se iba a desarrollar en el centro de la plaza fuerte-. Se llaman trabuquetes. 

-   ¿Trabuquetes? -repitió Alvho sorprendido-. Otro de tus juguetes, entiendo. 

-   Son más potentes que las balistas -aseguró Dhalnnar-. Bueno estos son pequeños, pero el imperio usa algunos que son tan altos como la atalaya norte. Son capaces de lanzar grandes piedras contra las murallas. Son poderosos. 

-   ¿Y estos? -inquirió Alvho, ligeramente interesado. 

-   Bueno, estos serán capaces de mandar las ánforas más allá de la empalizada exterior -explicó Dhalnnar, que al ver la cara de incomprensión de Alvho, añadió-. Los hemos probado por la noche, no te pienses que no funcionan. Serán muy útiles si se apelotonan los enemigos. 

-   ¿Qué hay en el interior de las ánforas? 

-   Brea -contestó Dhalnnar sonriendo. 

-   ¿Brea? ¿Y tan mortal es la brea? Pegajosa puede ser -se quejó Alvho recordando su último encontronazo con la brea, que usaban en la construcción. 

-   Nunca habéis aplicado fuego a la brea, ¿eh? -ironizó Dhalnnar. 

-   Sí que sé lo que ocurre con el fue… -empezó a decir Alvho, que se dio cuenta de lo que pasaría-. Entiendo. Eres un pequeño diablillo, Dhalnnar, tú y tu imperio. 

-   Por eso somos un imperio -se rió Dhalnnar.

Dhalnnar siguió hablándole de las trayectorias de los lanzamientos de los trabuquetes. Tanto los que había montado, como los que había visto durante su vida como ingeniero militar imperial. Alvho estaba seguro de que el hombre sabía que jamás regresaría a su tierra, y parecía haberse resignado a ello. Tal vez fuera por su carácter afable o por sus ganas de aprender de otros pueblos. Él había conocido a otros como Dhalnnar, prisioneros de guerra que lejos de adaptarse, se habían dejado consumir por el rencor y la pena, suicidándose la mayoría de ellos.

Alvho llegó a la reunión y Dhalnnar le dejó, disculpándose porque tenía que revisar las balistas y los trabuquetes. Pero en verdad, era porque dudaba que le dejasen asistir a la reunión de tharn y therk, por mucho que estuviese ayudando a la supervivencia de sus hombres. Una vez dentro buscó a Asbhul y se sentó cerca de él. El canciller parecía que aún no había llegado. La mayoría de los tharn y el resto de los oficiales hablaban en murmullos, pero la mayoría a parte de la preocupación por el enemigo, que parecía que atacaría hoy, comentaban la cobardía del señor Dharkme.

Esta curiosa situación era algo que no solo estaba en la mente de los oficiales, sino también en la de la mayoría de guerreros. Al final los tharn y sobre todo los therk estaban influenciados por los guerreros que les servían. Nadie había quedado aliviado de sus temores cuando el señor Dharkme se había refugiado con los druidas en la fortaleza del puente, lejos de donde estaba el jaleo, en el regreso sangriento del ejército de vanguardia. El mayor rumor que ya corría por la fortaleza es que el señor Dharkme era una mujerzuela, que se acostaba con los jóvenes druidas, buscando su sagrada protección. A Alvho o a sus hombres no se les escapaba ni una brizna de información y ya sabían que había un buen número de guerreros que querían hacerle abdicar en favor de su hijo mayor, que en este momento estaba al otro lado del río con los hombres de Orthay. 

-   Parece que hay muchas cosas de las que hablar -le dijo Asbhul en un susurro al oído de Alvho-. Se prepara algo gordo. Mejor sería que el señor Dharkme se presentase aquí, vestido para la guerra. Si aparece solo Gherdhan, intentarán que se una a la revuelta. 

-   Sería mejor que tanta fuerza y valentía la volcaran en defender la plaza de los Fhanggar -se burló Alvho, pero sabía que Asbhul tenía razón. 

-   Sería lo más interesante, pero me temo que estos hombres no piensan así, tal vez si… -indicó Asbhul pero sus palabras se silenciaron a la vez que todos los murmullos de la reunión.

Todos los rostros, tanto los de los que buscaban un levantamiento, como los de los que solo pensaban en la defensa, miraron hacia el frente. Ante ellos, vestido para la guerra, con su mejor armadura estaba el canciller Gherdhan, pero junto a él, con una armadura que rivalizaba con la del canciller, el señor Dharkme se había presentado ante sus hombres.

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