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martes, 29 de junio de 2021

El dilema (82)

Alvho, junto a sus hombres, habían sido destinados a la torre más alta de la fortaleza norte, con arcos y muchas flechas. Las llanuras parecían totalmente pacíficas. Solo quedaban algunos enseres de los Fhanggar que habían caído víctimas de las balistas. Pero no había ni cuerpos ni caballos. Por lo que había dicho Alhanka, siempre se llevaban a sus muertos, para comérselos. Los cuerpos de los guerreros muertos en batalla nutrirían a los vengadores. 

-   Parece que se han marchado -murmuró Aibber al no ver nada, cuando el sol ya había salido en el horizonte. 

-   Que no los veas no dice que no están aquí -aseguró Alhanka, señalando con las manos la inmensidad de las llanuras-. Nunca hacen campamentos tan iluminados o visibles como los vuestros. Prefieren la oscuridad. 

-   ¡Allí! -gritó otro de los muchachos, señalando un punto aún lejano.

La vista de su hombre no se había equivocado. Los primeros fueron unos cuantos caballos, pero luego se convirtieron en decenas, cientos, incluso miles. Alvho no podía cuantificar el verdadero número de jinetes, ya que levantaban mucho polvo. Iban ganando velocidad. 

-   Avisad al tharn Asbhul -le ordenó a otro de los muchachos, que salió disparado.

Al poco las campanas y los cuernos avisaron de la presencia del enemigo. Los nervios y las dudas se diluyeron en certezas. Los guerreros sabían lo que se esperaba de ellos. Los arqueros se prepararon para cuando les ordenasen devolver el ataque. Pero los oficiales permanecían en silencio. Tocaba esperar y todos sabían que esta era la parte más angustiosa de todos.

Desde su posición, Alvho podía ver al canciller y a sus ayudantes. Habían montado una plataforma de mando junto a una de las balistas. Desde allí tenían una franja de terreno para mantener al enemigo y a sus propias fuerzas bajo su visión. Alvho les estudiaba, pero cuando se aburría volvía su mirada a los Fhanggar o por lo menos a la posición que ocupaban. 

-   Van a atacar -advirtió Alhanka.

Alvho observó cómo la nube de polvo que levantan los caballos comenzaba a girar, para recorrer paralela a la empalizada. Mientras recorrían la llanura, lanzaban flechas, pero la mayoría caía entre la empalizada y sus caballos. Habían errado el cálculo y se habían quedado cortos. Si querían hacer algo de daño debían acercarse más. Alvho decidió seguir la maniobra para crear un círculo o un ovoide para volver a empezar el recorrido paralelo en parecido sitio que antes pero más cerca. Esta vez las flechas se clavaban en la empalizada, en los escudos que levantaron la línea de guerreros encaramados a ella y alguna en la zona interior.

Pero aparte de alguna flecha que había herido de refilón a algún arquero o guerrero, el nuevo pase de los Fhanggar había sido tan mala como la primera. Encima esta vez los guerreros de la empalizada empezaron a reírse de los Fhanggar. 

-   No deberían hacer eso -murmuró Alhanka, lo suficientemente alto para que Alvho lo escuchase. 

-   ¿Hacer qué? 

-   No deberían mofarse de los Fhanggar -contestó Alhanka. 

-   ¿Así? ¿Por qué? -inquirió Alvho, sorprendido de la preocupación de la muchacha. 

-   Los Fhanggar son muy orgullosos, atacarán con mayor fuerza y no se retirarán en ningún momento -explicó Alhanka-. Ya se lo dije a tu canciller. No debían molestar de esta forma a los Fhanggar. 

-   Se lo advertiste a Gherdhan -repitió Alvho, sonriente-. Me parece que nuestro canciller quiere eso precisamente. Mira como están dando la vuelta, aumentando la velocidad. Creo que esta vez se aproximarán aún más a la empalizada. Entrarán como toros desbocados a lo que les ha preparado el canciller.

Alhanka iba a decir algo más, seguramente una pregunta para entender de lo que hablaba Alvho, pero prefirió callarse y esperar tan pacientemente como Alvho y los demás. No parecía gustarle ser la única que no sabía lo que iba a pasar. Y la verdad es que Alvho no estaba seguro de lo que iba a presenciar, pero que no iba a quedarse aburrido.

Los Fhanggar, como ya había previsto Alvho, se acercaron mucho más a la empalizada, para acallar a los que se reían de ellos. Pudieron lanzar un par de flechas cada uno de ellos antes de que todo se fuera al traste. Cuando estaban más de la mitad del recorrido, a la altura de la puerta en la empalizada, la primera línea de caballos tropezó y se precipitó hacia delante. Las siguientes líneas, debido a la velocidad y el frenesí de la lucha, no pudieron contener a sus cabalgaduras y acabaron cayendo sobre los que ya estaban en el suelo. Los que sí que consiguieron ver lo que ocurría, intentaron esquivar la trampa, pero entraron de lleno en los campos de abrojos. Las pezuñas de los caballos, sin herraduras, sufrieron por las puntas de hierro, semienterradas en el polvo. Los caballos se encabritaban por el dolor, lanzando a sus jinetes al aire, al suelo y a los cascos de sus compañeros.

Fue en ese momento cuando las balistas actuaron, pues ante ellas, la carga de caballería se había detenido prácticamente y había muchas dianas estáticas. También los arqueros recibieron la orden de lanzar. Las nubes de flechas cayeron sobre la masa de jinetes y caballos. A los Fhanggar les costó un poco darse cuenta de su error. Hasta que no les cayeron varias nubes de flechas y un buen número de virotes de las balistas, no dieron orden de retirada, dejando tras ellos un buen número de muertos y heridos.

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