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sábado, 31 de julio de 2021

El reverso de la verdad (37)

El lugar que según Andrei era el indicado para hablar con el recepcionista resultó ser un edificio abandonado. Una antigua nave industrial, llena de máquinas oxidadas y hace mucho desmanteladas para llevarse todo lo que fuese rentable. Solo quedaban aquellas piezas que ni los chatarreros querían. Andrei había colocado al joven sobre unos bloques de hormigón, con las manos atadas a la espalda con una correa de plástico. A Helene le había indicado que lo mejor que podía hacer era quedarse en el coche, pero la muchacha había decidido quedarse. Andrei le había advertido que tal vez no le iba a gustar lo que iba a ver.

Mientras el joven miraba al suelo, intentando parecer calmado, Andrei iba de un lado a otro de la zona en la que estaban. Hurgaba en los restos y cada poco lanzaba alguna frase, que para el gusto de Helene parecía hasta macabra. Le escuchó un par de veces afirmar que lo que había encontrado le iba a gustar a su prisionero, también que había encontrado algo inusual y que esto iba a ser nuevo para ambos. Cada poco volvía y dejaba caer sobre el suelo piezas de metal oxidado. Restos de las máquinas, parte de las pareces y algunos cilindros de los que Helene desconocían para que podrían haber servido.

Al final, parece que Andrei se cansó de buscar y regresó con lo que parecía una manivela antigua, pero sobre todo pesada, contundente. La dejó caer con el resto de cosas, haciendo un ruido infernal. 

-   Bueno es hora de que te sinceres conmigo, amigo -dijo Andrei-. Te estoy hablando, levanta la cabeza, o haré que no la puedas bajar jamás.

El muchacho levantó la cabeza con lentitud. Los dientes castañeteaban de miedo y su rostro se había vuelto del color de una vela. Helene estaba segura de que ese blanco no podía ser sano ni natural. 

-   Bien, ahora que parece que ya he captado tu atención, es hora de que respondas a unas preguntas, ¿no crees? -el joven se limitó a mover la cabeza en señal de asentimiento-. Solo te voy a advertir esto una vez. No me gusta que me mientan o que me tomen por tonto. Bien, si me mientes o te niegas a responder, me enfadaré y no me dejarás otra opción de ser malo. Yo no quiero ser malo, pero si no me dejas opción, ocurrirá. ¿Lo comprendes? 

-   Sí -respondió el muchacho en un susurro. 

-   ¿Qué? No te he oído nada. Habla más alto o lo lamentarás. ¿Lo has comprendido? 

-   ¡Sí! -gritó el joven de inmediato. 

-   Bien -afirmó Andrei-. Cuando pasamos por primera vez por el hotel que regentas, nos mentiste. Dijiste que Margot ya no residía en el hotel. Pero eso no era verdad. Así, que primera pregunta, ¿Por qué no nos dijiste la verdad? 

-   Yo… yo…, él… él… -el joven no conseguía decir nada coherente, mientras hipaba entre las sílabas. 

-   Tú… tú… -le imitó Andrei, como el que se ríe de un tonto, pero al momento su rostro se volvió, frió, se agachó y cogió uno de los cilindros del suelo-. Te he preguntado y me has dicho que entendías lo que iba a pasar, y aun así empiezas con los juegos. Vale.

Andrei golpeó con suficiente fuerza con el cilindro de metal sobre una de las rodillas del joven. Helene se quedó sorprendida por la rapidez y que no se esperaba ese movimiento de Andrei. Tampoco ayudó a que se calmase el crujido de la rótula del joven al quebrarse y el alarido de dolor de este. Andrei simuló que le iba a golpear otra vez, en el mismo punto, pero detuvo el golpe a escasos centímetros de la rodilla. El joven estaba llorando de dolor. Le corrían las lágrimas y Andrei pensó que la juventud actual ya no era como la suya. Él hubiera resistido más. 

-   Se ha quebrado, puede que haya saltado alguna esquirla, pero no está rota, aún -advirtió Andrei, acercando su rostro al del joven, que estaba crispado-. No te voy a repetir la pregunta, pero espero una contestación más fluida o me obligarás a volver a actuar. 

-   Un hombre… un hombre vino hace unos meses, un hombre que también buscaba a Margot. Tras hablar con ella, vino a hablar conmigo -contestó el joven, lo más rápido que pudo-. Me dio dinero y un número de teléfono. Le tenía que llamar si alguien venía preguntando por Margot, Louise o como diablos se llame. 

-   ¿Un hombre? Eso es muy poco descriptivo -indicó Andrei, como si no se creyese lo que le decía el joven-. Hombres hay muchos. Como era este hombre. 

-   Un hombre fuerte, parecía un militar o lo había sido -describió el joven-. Vestía casual, no parecía ni demasiado elegante, ni demasiado desastrado. Su rostro era inexpresivo, pero no tenía ningún rasgo característico, ya no me acuerdo de él apenas. El tuyo es parecido al de él.

Un rostro como el suyo, pensó Andrei. Eso no le gustó. Él se había creado ese rostro para no ser recordado en las operaciones encubiertas. Todos sus compañeros hacían lo mismo, ya que no debían ser recordados ni por los malos, ni por nadie. Se enfrentaba a alguien como él o a alguien que quería ser como él lo fue. Era un interrogante importante. Uno que debía responder enseguida.

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