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martes, 19 de octubre de 2021

El dilema (98)

Y aun, con todos los hombres que estaban cayendo bajo la acción de las tinajas del trabuquete de Dhalnnar, los Fhanggar seguían mandando más y más guerreros a morir. Aunque los que pasaron el fuego, empezaron a hacer replegarse a los defensores, solo para ser diana de los arqueros que pululaban por los muros interiores. Pero también el canciller había ordenado retirar a guerreros, a los más veteranos, para nutrir los muros interiores, porque desde el punto de vista de Alvho, el canciller había tomado esta medida porque creía que la defensa de la empalizada estaba perdida. 

-   Estamos listos -dijo Aibber junto a Alvho. 

-   Bien -se limitó a decir Alvho, que miró a la empalizada-. ¿Irmak, que hace el enemigo? 

-   Se ha desplazado totalmente hacia la brecha, ya no tenemos enemigos delante de la puerta -informó Irmak, que seguía sobre la empalizada-. Nos dan la espalda. 

-   Eso es un gran error por su parte -se burló Alvho, agitando su hacha-. ¡Abrid la puerta! ¡Vamos a matar a unos cuantos enemigos!

Todos sus hombres lanzaron un gritó atronador que hizo que casi todos los guerreros que no estaban en la batalla mirasen hacia el punto donde estaba el ejército de vanguardia, o lo que quedaba de él. Según las puertas estuvieron abiertas, todos los guerreros salieron a la carrera con Alvho a la cabeza. Giraron hacia el norte y se desplegaron en filas, para formar un grupo fuerte, un muro de escudos letal. Los Fhanggar estaban demasiado ocupados en hacerse con la brecha, que no se percataron de la muerte que se acercaba a ellos a paso rápido. 

-   Una salida, su gran idea es una salida, que bien -espetó el canciller, ligeramente malhumorado-. A mí también se me habría ocurrido. Ahora hay que defender dos posiciones. ¿Cuánto tardarán los Fhanggar en ver la puerta abierta? 

-   No creo que se percaten, canciller -respondió Asbhul, señalando la puerta de la empalizada que se había vuelto a cerrar y los hombres que había dejado Alvho volvían a reforzar, para evitar arietes. 

-   ¿Una carga suicida? 

-   No veo a Alvho pensando así -negó Asbhul-. Creo que sé lo que va a hacer. Va dar tiempo a que los hombres del interior se recuperen y luego, cuando sus hombres tomen la brecha, que evacuemos a nuestras tropas a la ciudadela. 

-   Eso es una locura. 

-   Puede ser -asintió Asbhul.

Podía serlo, pero con el paso de los minutos, pareció que era lo que se había propuesto Alvho. Su contingente alcanzó el flanco sur del ataque, con el enemigo de espaldas. Les costó bastante darse cuenta de la presencia de los guerreros de Alvho. La lluvia de tinajas había desatado el caos entre los Fhanggar y parecía que el humo del fuego había hecho pasar desapercibido el ataque desde el flanco. Ahora las tinajas eran lanzadas al flanco norte y a lo más alejado frente a la empalizada, creando un arco de fuego impenetrable, dejando la única forma de avanzar a unos espacios minúsculos, justos para caer ante las espadas de los guerreros de Alvho.

Cuando por fin los Fhanggar se dieron cuenta de lo que pasaba, ya era demasiado tarde. El grupo de Alvho había formado un cuadrado perfecto y se defendía por todos sus costados, mientras avanzaba a paso lento para taponar la brecha. Los Fhanggar con sus escasas armaduras eran fácilmente abatibles, y en cambio estos no eran capaces de desmoronar la defensa de escudos. 

-   Pues tenías razón, tharn, la idea de tu therk no era mala -tuvo que reconocer el canciller a regañadientes-. Órdenes a todos los therk, acabar con los Fhanggar que se han introducido por la brecha y cuando Alvho se agrupe en ella, repliegue al interior de la ciudadela interior. Que se busque todo lo que sirva para cerrar la puerta de acceso.

Los mensajeros salieron corriendo, había muchos therks a los que transmitir el mensaje. Muchos tenían que cumplir las órdenes del canciller. 

-   Aun así tendrán un camino duro desde la brecha hasta la puerta -recordó el canciller-. Pero Asbhul, te encargo que dirijas a los arqueros y a los hombres de Dhalnnar para aliviar su paso. 

-   Así será, mi señor -asintió Asbhul, que ya pensaba pedirle ese cometido al canciller, pero aun no se había atrevido. No iba a dejar que esos buenos hombres que habían hecho una heroicidad como ninguna muriesen entre la empalizada y la ciudadela.

Asbhul se marchó a preparar un cálido o más bien penetrante recibimiento a los Fhanggar que siguieran a Alvho y sus hombres.

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