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sábado, 16 de octubre de 2021

El reverso de la verdad (48)

Volvieron al coche y Andrei condujo hasta el pueblo. Aparcó junto a una plaza, en la que había un buen número de tenderetes, lo que indicaba que había un mercadillo. En la plaza estaba la fachada del ayuntamiento y de una iglesia antigua, lo que quería decir que estaban en el centro del pueblo. 

-   ¿Qué vamos a hacer ahora? -quiso saber Helene antes de bajarse del coche. 

-   Vamos a buscar información -dijo Andrei, que simuló que le molestaba la cabeza-. Pero antes necesito comprar una cosa de la farmacia del pueblo. Puedes quedarte en el coche o visitar el mercadillo. Siempre que te portes bien. 

-   Mercadillo -respondió veloz Helene, que no quería quedarse en el coche otra vez más. 

-   Nada de alejarse de aquí, ni hacer nada raro -advirtió Andrei. 

-   No soy una niña, ni tú mi padre -se quejó Helene, hinchando los pómulos. 

-   A veces lo pareces -ironizó Andrei, pero como no quería tener otra pataleta de la chica, añadió-. Tardo nada, pero toma esto por si quieres comprar algo, pero nada de móviles. 

-   Vale -afirmó Helene cogiendo los billetes que le pasó Andrei y bajando del coche.

Mientras Andrei cerraba el vehículo, vio alejarse a Helene, con su andar y sus formas de niña buena, lo que quería decir que planeaba algo. Pues raramente era tan sumisa. Esperaba que las situaciones que habían vivido juntos hasta ahora le hicieran pensarse las cosas y ser cautelosa. Él cruzó la calle y regresó por donde habían pasado con el coche, hasta una farmacia que había visto antes. Vio que solo había una mujer, mayor que él dentro. Sería la farmacéutica. No había más clientes. 

-   Buenos días, ¿en que le puedo ayudar, señor? -saludó la mujer. 

-   Me gustaría una caja de ibuprofenos -pidió Andrei, poniendo la cara de estar pasando por un calvario lo más convincente que pudo. 

-   Claro -asintió la mujer, y al ver el mapa de carreteras que Andrei había cogido del coche antes de bajarse de él, añadió-. ¿De turismo? 

-   Ya me gustaría, trabajo para una empresa de investigación -negó Andrei. 

-   ¿Un detective privado? -preguntó emocionada la mujer. 

-   Algo parecido, aunque sin el glamour de los gringos -ironizó Andrei. 

-   ¿Y que le ha llevado a un hombre como usted a este pequeño pueblo? -inquirió la mujer, visiblemente interesada-. Bueno, si puede hablar claro, igual es un secreto. 

-   ¡Oh, no! No hay secretos -negó Andrei, como si estuviera harto de su trabajo y no le viniera mal desentenderse de él para hablar con alguien-. Es un asunto de herencias. Se ha muerto una mujer, con cierta riqueza, y estamos buscando a una sobrina nieta. Pero sabe lo peor, que creo que tenemos un nombre falso. Aunque tengo una fotografía y una persona que asegura que la vio por estos lares. 

-   Vaya, pues si ha pasado por aquí igual la he visto -aseguró la mujer-. Al fin y al cabo, esta es la única farmacia de la comarca. Tienen que venir de los pueblos cercanos aquí para comprar sus pastillas. 

-   Seguro que sí -asintió Andrei, esperanzado. Hizo como si buscará algo entre los bolsillos de la chaqueta, hasta que sacó la fotografía de Marie, una de las que se había sacado con Sarah-. Según nuestros archivos se llama Diane, pero me temo que es falso. 

-   Y con razón, se llama Sophie -anunció la mujer, sonriéndole. 

-   ¿La conoce? 

-   Sí, sí, pero no lleva mucho por aquí -explicó la mujer-. Hace unos meses empezó a trabajar como asistenta en la hacienda de los LeGrange. La verdad es que compadezco a Sophie, debe de estar muy desesperada para trabajar allí. Pero si en verdad es la heredera, se podrá ir de allí. 

-   ¿Son peligrosos esos LeGrange? -preguntó Andrei, para saber a lo que se podía enfrentar. 

-   No exactamente, a ver, el anciano señor LeGrange murió hace un año, su hijo hace muchos años ya -comentó la mujer-. Y el nieto, bueno, es un hombre callado, no está mucho por aquí, viaja demasiado, al extranjero. Pero cuando era joven, bueno, tenía ciertos vicios, la mayoría crueles, aunque nunca pasó de los animales. No ha matado a nadie en el pueblo. Pero la gente recela de él. Es una suerte que la casa esté alejada del pueblo. Aún así, la fama sobre él no es buena. Sophie cuida la casa cuando el joven LeGrange no está y es su criada cuando está. 

-   ¿Y ahora está el joven LeGrange en casa? -quiso saber Andrei. 

-   Dicen que se fue hace unos días -respondió la mujer. 

-   Pues entonces es el momento clave para visitar a Sophie y sacarla de ese mal lugar -sentenció Andrei-. ¿Cuánto le debo? 

-   Siete euros. 

-   Tome -Andrei dejó los siete euros justos junto a la caja de medicamentos y puso dos billetes de cien junto a ellos. La mujer le miró sorprendida-. Por las molestias. No solo los herederos reciben el dinero.

La mujer cogió el dinero agradecida. Le dio las indicaciones precisas para llegar a la hacienda de los LeGrange. Tras eso, Andrei se marchó de regreso a la plaza para encontrarse con Helene.

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