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sábado, 9 de octubre de 2021

El reverso de la verdad (47)

El resto del trayecto hasta aparcar a la entrada del cementerio, que se encontraba a las afueras del pueblo, fue demasiado silencioso. Andrei notaba la clara actitud de Helene en la que parecía querer decir que creía que él o estaba loco o pensaba en cosas grotescas. eso quería decir que Helene creía que Marie murió en el accidente de coche, como la policía y todo el mundo que la conocía.

El cementerio era un cuadrado, rodeado de un muro alto de piedra gris, rematado con picas de hierro. Desde fuera se podía ver las copas de cipreses y sauces llorones, así como las cruces y tejados de algunos mausoleos. Y la presencia de estos templetes, es lo que daba a entender que la población no era lo que aparentaba. Había sido o más rica, o más importante en la historia que ahora. Andrei y Helene entraron al cementerio por una gran puerta de hierro forjado, decorada con hojas de vid, una añadidura más moderna, soldadas de malas formas en la verja.

Andrei se encargó de hacer de guía, hasta llegar a una tumba, una losa vertical de granito blanco, coronada por una estatua de la virgen Maria. En letras doradas se podía ver un nombre.

Familia LeGrange, padres, hijos, nietos”

Debajo de la frase había varios nombres, entre los que estaba el de Marie, con un dorado más nuevo. Los otros habían perdido gran parte de su color áureo. 

-   Así que Marie pertenecía a la familia LeGrange, eso es lo que explica que la enterraran aquí, donde no la conocía nadie -dijo Andrei, señalando la lápida. 

-   Eso sí está aquí enterrada, ¿verdad? -inquirió Helene. 

-   Bien observado -asintió Andrei, poniendo una sonrisilla en su boca.

En ese momento se fijaron que se acercaba un sacerdote, un hombre mayor, aún vestido con una sotana larga. Caminaba a buen paso y al verles se acercó a ellos. Seguramente se había dado cuenta que no eran de allí. 

-   ¿Se han perdido? -preguntó afable el sacerdote. 

-   No, la verdad es que había venido a despedirme en nombre de mi difunta esposa de una vieja amiga -respondió cortés Andre, lo que a Helene le pareció totalmente falso-. Pero me ha costado entender porque la enteraron aquí. 

-   En primer lugar le acompaño en el sentimiento -dijo el cura, a lo que Andrei contestó ladeando la cabeza, como si aceptase sus condolencias-. ¿Cómo se llamaba la amiga de su esposa? 

-   Marie Fayolle -nombró Andrei. 

-   ¡A la pobre Marie! -exclamó el cura, mirando al cielo y persignándose-. Es natural que esté desorientado. La madre de Marie estuvo casada con el señor de LeGrange. Su segunda esposa, pero el matrimonio no duró mucho. LeGrange murió de un infarto. Por lo que sé, la madre se marchó de aquí y se volvió a casar al poco. Con ella se llevó a Marie, hija de LeGrange, pero al volver a casarse, el señor Fayolle la adoptó. Por ello tenía otro apellido. 

-   Eso explica mucho, la verdad -afirmó Andrei. 

-   Por lo que sé no venía mucho por aquí -añadió el sacerdote-. La madre de Marie no se llevaba bien con su antiguo suegro. Se puede decir que los LeGrange no eran parte de los buenos ciudadanos de aquí. Algo huraños y siempre con problemas con sus vecinos por las lindes de sus tierras. Lo que es una pena. 

-   ¿Por qué dice que es una pena? -inquirió Andrei. 

-   La pobre muchacha no se relacionó nada con su medio hermano. El señor LeGrange tenía un hijo con su primera y difunta esposa. Pero parece que venía hacia aquí, o eso es lo que creen mis feligreses. El accidente ocurrió a unas decenas de kilómetros de aquí. La policía cree que podría ser este lugar su destino. Bueno, no el cementerio, eso es de muy mal gusto, perdone, el pueblo. 

-   Le había entendido padre -aseguró Andrei, que estaba seguro que el sacerdote no había tenido mala intención, solo había elegido mal sus palabras. 

-   Gracias, hijo -agradeció la comprensión de Andrei, en ese momento sonó la cancioncilla de un móvil en alguna parte de la sotana y el sacerdote se despidió con la mano, alejándose para poder hablar en privado.

Andrei se arrodilló ante la tumba y simuló que rezaba en silencio. Helene le imitó, para evitar las miradas escrutadoras del sacerdote. Algo le decía que el hombre no se había creído toda la historia de Andrei o algo recelaba. Cuando Andrei lo estimó oportuno, se pusieron de pie y se marcharon de allí, despidiéndose con la mano del sacerdote, que se había alejado bastante. Antes de dejar el cementerio, Andrei se acercó a la pequeña capilla que había junto a la entrada. El pequeño templo estaba cerrado pero había un buzón de hierro con un letrero que ponía “limosnas”. Andrei sacó uno de los fajos, retiró varios billetes, los dobló y los metió por la ranura. La información había que pagarla siempre.

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