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martes, 19 de octubre de 2021

Lágrimas de hollín (101)

En el centro de La Cresta, habían construido como un baluarte. No era un castillo al uso, pero los soldados, cuando llegasen pensarían que sería el lugar donde se encontraba Jockhel. Pero en realidad Fhin y sus hombres estaban a unos cientos de metros a la izquierda. Desde allí podían ver todo lo que pasaba, ya que habían derribado las casas cercanas al falso baluarte. Ahora había toda una explanada que rodeaba la fortificación. Había un centenar de voluntarios, miembros de la organización, la mayoría de cierta edad a los que se les había ordenado defender la posición. Sabían que si morían matando a muchos imperiales, sus seres queridos, evacuados a otras zonas de la ciudad se salvarían o eso había indicado Jockhel. Ellos salvarían al resto.

Pero solo dos hombres, de la mayor confianza de Bhorg tenían una orden más. En el centro del baluarte habían colocado unos cuantos arcones con oro. Los soldados que allí llegarán se lanzan a por el oro y esos hombres tenían una misión importante. Pero si ellos llevaban a cabo esa misión, todo habría terminado y solo quedaría huir. 

-   El ejército imperial se ha dividido para entrar por las tres puertas -informó Bheldur, que leía los informes que le llegaban de los mensajeros que iban y venían, recorriendo el barrio por pasos aún seguros. 

-   Un gran error por parte de los generales -indicó Fhin. 

-   Los contingentes de las puertas de la Gloria y del Caballero han caído en nuestra trampa. Avanzan lento y pierden hombres -leyó el siguiente mensaje. 

-   ¿Y el de la de la Paz? 

-   Ha perdido algunos hombres, pero ya no cae en la provocación -indicó Bheldur. 

-   Que pasen al segundo juego de trampas con ese contingente -ordenó Fhin. 

-   Entendido -afirmó Bheldur al tiempo que escribía algo en un papel y se lo daba a un mensajero que estaba listo.

Las trampas habían sido todas ideadas por Fhin y la primera era la de los saeteros móviles junto con grupos de asesinos que mataban dentro de las casas. Parecía que dos de los generales no se habían dado cuenta del peligro. Pero uno de ellos era más avispado. Por lo que iban a usar el segundo juego de trampas. Estas eran más burdas. Fhin iba a lanzarles todo tipo de cosas. De las casas saldrían troncos y vigas de madera, caerían rocas, incluso edificios enteros. Poco a poco minaría la moral de las tropas o las enfadaría aún más. Fhin había indicado que los soldados podían optar por las dos opciones. Incluso habían excavado trampas en las calles, estacas puntiagudas les esperaban en el fondo. Para cuando alcanzasen la plaza del baluarte estarían muy magullados. 

-   Bheldur, que se preparen todos los contingentes, que vuelvan locos a los soldados imperiales -ordenó Fhin, que estaba seguro que cuanto más cansados y airados, el enemigo no se percataría de la jugada final y de que el baluarte era una trampa. 

-   Entendido, señor -asintió Bheldur.

En ese momento se escuchó un estruendo y una nube de polvo se levantó hacia la puerta de la Paz. Eso quería decir que ya había caído una casa o algo grande, sobre el enemigo. Pero también indicaba que ese contingente era el más adelantado. Ese general era el único con dos dedos de frente, como para no caer en las provocaciones de sus hombres. Y aun así iba a odiar el día que tuvo que entrar en ese barrio. 

-   Han tirado la casa del boticario Jhel -informó Bheldur-. La columna imperial se está recomponiendo, pero no se rompe. Parece que ha pillado a una buena parte de la vanguardia de su avance. Una nota curiosa, el general enemigo se ha caído del caballo, pero prosigue a pie. 

-   Eso le hará estar más irascible -se burló Fhin-. Los generales no son muy buenos andando junto a sus soldados. Nunca se sabe de dónde puede venir la cuchillada mortal. 

-   El general de la puerta del Caballero sigue dividiendo sus fuerzas para que avancen por los callejones. Nuestros hombres los están diezmando a placer -leyó Bheldur un nuevo informe. 

-   Mensaje a los hombres. No se dejen engañar por la situación, el ejército imperial tiene muchos ases en la manga -indicó Fhin-. Luchar en las callejuelas es nuestro fuerte, si salen a las calles o a las plazas los matarán con saña. Que se cuiden de perseguir a los que huyan de ellos, pueden caer en una trampa del enemigo.

Bheldur escribió unas cuantas hojas y envió a nuevos mensajeros con las últimas órdenes de Fhin. Las cosas iban bien para ellos, pero aún quedaba mucho día. Fhin quería llegar a la tarde noche, para desaparecer en la oscuridad. Lo que no sabía es si sus tropas mantendrían la situación bajo control hasta entonces.

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