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sábado, 12 de marzo de 2022

Aguas patrias (79)

No tuvo que esperar mucho y pronto escuchó las paladas de dos falúas que se acercaban. Los capitanes de las dos corbetas se habían dado toda la prisa que habían podido. Pero eran cosas habituales. Ahora las dos corbetas estaban bajo su mando y los capitanes si veían que la nave capitana les hacía la señal de presentarse a bordo, debían hacerlo. Eugenio había dado la orden de hacer las señales, aunque su intención en ella no fuera algo de gran prioridad. Pero en la marina de guerra, una orden era una orden. Y un capitán subalterno debía acatar las órdenes, a rajatabla.

Eugenio se puso a especular. No sabía quién de los dos nuevos capitanes tendría prioridad a la hora de ascender a la fragata. Tanto Heredia como Salazar habían sido ascendidos a la vez, pero supuso que el gobernador había observado sus hojas de servicios y su antigüedad para decidirse por este pequeño entuerto. El primero que entrase sería el que tenía mayor nivel de los dos.

Los pasos de las botas de los dos capitanes, más las de su primer oficial, Romonés, se iban acercando a su cámara. El infante de la puerta taconeó cuando los tres estuvieron a su lado. Un ligero golpe de nudillos y el adelante de Eugenio. Fue Álvaro el que entró el primero. Así que Marcos era el capitán de menor grado, o más bien menor antigüedad. Todos los capitanes de la escuadra podían darle órdenes, pero él a ninguno. Pero si caían los tres que tenía por encima, él dirigiría todos los barcos. Eugenio intentó pensar en otra cosa, ya que para que Marcos dirigiese la escuadra, Álvaro, Rodrigo y él mismo deberían haber caído en combate o hechos prisioneros. 

-   Buenas tardes, señores -saludó Eugenio, sin ponerse en pie, pero señalando las sillas que había traído su ayudante-. Teniente Romonés, quédese usted también. 

-   Señor -dijeron los tres hombres, que se fueron distribuyendo en orden.

El primero en elegir silla y ocuparla, fue Álvaro, como debía ser. Después Marcos y por último Mariano, que se veía un poco nervioso, ya que estaba con demasiados capitanes, aunque algunos hubiesen sido compañeros tenientes, cumpliendo los mismos tipos de misiones, los mismos tipos de alegrías y miserias. 

-   Les preguntaría por cómo están sus navíos, pero ya he recibido los informes -empezó a decir Eugenio-. Aun así, me gustaría escuchar sus impresiones. 

-   La Cazadora está lista para hacerse a la mar, señor -informó Álvaro-. Es estanca y parece que tiene los fondos limpios. Hemos recibido los suministros y la pólvora. Tenemos todo lo necesario, señor. 

-   La Centella precisa un día más, señor -dijo Marcos, ligeramente compungido. 

-   ¿Un día más? En su informe indicaba que estaban también listos -indicó Eugenio, señalando un papel de los que tenía apilados sobre un arcón. 

-   Ya, señor, pero esta mañana el carpintero estaba revisando la arboladura y ha detectado grietas en varios palos, en las vergas del mayor. He pedido cambio a la atarazana. Lo que tarden en prepararnos unos nuevos. Dicen que mañana tienen unos recambios. 

-   Bueno, que se den prisa -aseveró Eugenio-. Capitán, si le ponen pegas en el astillero, avíseme, ya me encargaré de ponerles los puntos sobre las ies. 

-   Sí señor -asintió Marcos, con un tono neutro.

Eugenio sabía demasiado bien lo que significaba ese tono neutro en la voz de Marcos. De ningún modo iba a hacer que Eugenio se presentase en el astillero para pedir las vergas que requerían en la Centella. Ya se encargaría él mismo de apretar a los encargados del astillero, antes de que su oficial superior tuviera que sacarle las castañas del fuego. 

-   Bueno, por otro lado, ¿están enterados de los sucesos de hoy? -preguntó Eugenio, sabiendo que se estaba metiendo en un terreno fangoso. 

-   Señor -dijo Álvaro, tras unos segundos de incómodo silencio-. El ex-capitán de Rivera y Ortiz me ha pedido que fuera su padrino en su duelo, pero he rechazado esa petición. No me veo en la posición de asistirle en un duelo con un compañero capitán. 

-   Ha hecho bien Álvaro, el asunto de este duelo es preocupante -afirmó Eugenio-. Me temo que tendré que asistir al capitán Trinquez. 

-   Yo también he recibido una petición del ex-capitán, pero le he rechazado, señor -añadió Marcos.

Eugenio asintió con la cabeza. Estaba contento de que sus capitanes hubieran rechazado la petición de Juan Manuel. No quería que ninguno de sus hombres se mezclasen con el capitán caído en desgracia. La sola mención de que alguien tuviera un pequeño grado de amistad con él podría ser una lacra en los expedientes y las carreras de otros oficiales. El temor a la cobardía era lo peor en la armada.

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