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martes, 1 de marzo de 2022

Falsas visiones (5)

Rufo sentía los latidos de su corazón. Eran como golpes fuertes. Era la primera vez que había matado a alguien, porque suponía que el joven del puente tenía que estar muerto, nadie podía sobrevivir a un corte tan profundo y largo como ese en el pecho, sin contar los pisotones de los caballos. Empezó a dar bocanadas de aire, para intentar recuperar la compostura. Levantó la lanza, cuya punta estaba llena de sangre. Al alzarla, unas gotas cayeron sobre su rostro. Fue reduciendo la velocidad de su montura, cuando creyó que ya estaban fuera de peligro. Sin duda, el enemigo los había menospreciado, pero ahora se estarían recomponiendo. Lo bueno es que no le había parecido ver ninguna montura junto al río. 

-   Hay que encontrar la calzada, rápido -musitó Rufo, aún con el cuerpo crispado por la carga y la vorágine de lo ocurrido. 

-   Tiene que estar cerca, ahora que hemos cruzado el puente -indicó Varo, que sabía que la calzada estaba a poca distancia de donde se encontraban, pero con la oscuridad reinante, no veía nada-. Si tuviéramos algo de luz… 

-   No podemos llevar luces con nosotros, les indicaríamos dónde estamos -negó con vehemencia Rufo. 

-   ¿Nos siguen? 

-   No creo que nos sigan aún, pero serían muy tontos si no mandasen a hombres a capturarnos -aseguró Rufo, que creía haber aprendido bastante de táctica militar de las enseñanzas de su padre-. Si avisamos a la Victrix, antes de que ellos se hayan organizado del todo, su levantamiento sería placado fácilmente. 

-   Entiendo -murmuró Varo, que intentaba llegar a la misma conclusión que su amigo, pero le costaba más, y eso que había recibido las mismas lecciones que Rufo, pero le interesaban menos que a su amigo. 

-   Si alcanzamos la calzada, podríamos avanzar con rapidez y además pasar más desapercibidos, podríamos parecer mensajeros normales y no los que hemos escapado -siguió elaborando su teoría Rufo-. Así que a buscar.

Les llevó más tiempo de lo que había augurado Varo. Con la oscuridad, lo que antes les habría parecido algo habitual o familiar, parecía tener tonos completamente diferentes. Pero tras una hora bastante angustiosa, cambiando de dirección cada vez que creían perdidos, dieron con las losas de la calzada. Sin duda las calzadas eran una de las mejores obras del imperio. Losas planas colocadas con mimo para que caballos y carros pudieran recorrer grandes distancias. Tomaron la dirección sur, hacia Legio. Rufo indicó que aquí podían viajar a un paso más lento, para evitar cansar demasiado a sus cabalgaduras. Por lo menos viajarían hasta el amanecer. Ya entonces, y según la situación, harían un descanso.

Aunque Varo intentó mantener alguna conversación con su amigo, Rufo estaba demasiado absorto en sus pensamientos, cavilaciones sobre las circunstancias que el destino parecía haberles hecho llegar. Siempre había ayudado a su padre con las oraciones y las ceremonias de gratitud a los dioses, por lo que no sabía porque estos habían decidido jugar con su forma pacífica de vida. Tal vez los años de soldado de su padre, a los que sobrevivió, le habían hecho mantener una deuda con ellos y ahora habían decidido que era la hora de pagar. Mientras cabalgaba sobre Fortis, sus pensamientos empañaban sus sentidos, por lo que se mantenía absorto a las buenas intenciones de Varo.

Cuando por fin el Sol decidió hacer acto de presencia, habían dejado el río lo suficientemente lejos. Varo echaba vistazos al camino que quedaba tras ellos, pero nadie les seguía. Buscaba jinetes extraños, pero debido a la hora no había absolutamente nadie por ahí. 

-   No nos sigue nadie .murmuraba cada poco tiempo Varo, como esperando que Rufo reaccionase a sus informes, pero solo obtenía silencio.

Con el Sol más alto en el cielo, empezaron a encontrarse a más individuos por la calzada. Aunque no eran más que mercaderes o habitantes de los campos por los que pasaban. La mayoría iban en carros tirados por bueyes. Algunos llevaban ánforas, otros sacos, algunos troncos de madera. Pero ninguno era más peculiar que el resto. Incluso, le pareció que la mayoría les observaba con cierta cautela. Pues la verdad es que ellos lucían armas y en especial Rufo, con el filo ensangrentado. Ellos daban más miedo que los agricultores y mercaderes.

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