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martes, 15 de marzo de 2022

Falsas visiones (7)

El granjero observó los caballos con mirada de un entendido, sin duda Fortis le llamaba mucho la atención. Rufo dejó la lanza, apoyada en el tronco del manzano y se acercó a él. Metió la mano en la bolsa y sacó un sestercio. Dejó la moneda sobre la bandeja y tomó las escudillas y las cucharas. 

-   Es demasiado -dijo el granjero al ver la moneda. 

-   Por la comida y el agua -aseguró Rufo. 

-   Sigue siendo mucho -afirmó el granjero, que le cambió la cara, como si le hubiese venido algo a la mente-. Voy a traer un poco de cebada. Los caballos seguro que lo agradecen. 

-   Nosotros sí que lo haremos -indicó Rufo.

El granjero se marchó, llevándose la bandeja y recuperando el sestercio. Primero fue a la casa, a dejar la bandeja y posiblemente la moneda, tras lo que se dirigió a uno de los almacenes. 

-   Toma, Varo -le tendió a Rufo una de las escudillas-. Me estoy quemando las manos. 

-   Comida caliente y parece sabrosa -dijo Varo, contento. No pasó mucho tiempo en que estuviera ensimismado con la comida.

Rufo también comió pero con un ojo avizor. Prefería estar atento a todo lo que les rodeaba. El granjero regresó un rato más tarde, con varios sacos llenos de cebada, que colocó a los cuellos de los caballos, para que se alimentasen con facilidad. 

-   Parecéis un poco jóvenes para pertenecer al ejército -dijo el granjero de improviso-. Y vuestros caballos mejores de los que usarían los miembros de la caballería auxiliar. Ya no digamos los de unos exploradores o de mensajeros. 

-   Viajamos para unirnos a nuestro primer destino -dejó caer Rufo, que esperaba que esa respuesta imprecisa acabase con la curiosidad del granjero. 

-   Un primer destino, claro -asintió el granjero, pero a Rufo le pareció que no había convencido al hombre.

Aun así el granjero pareció que ya había entablado la suficiente amistad con ellos y se dirigió de vuelta a la casa. Tendría otras cosas que hacer. La granja parecía tener algún esclavo o tal vez fueran trabajadores libres. 

-   No me gusta el granjero, es demasiado curioso -indicó Rufo-. Cuanto antes nos marchemos mejor. Le he pagado demasiado bien y aun así no cierra la boca. 

-   Se la podemos cerrar -aseguro Varo. 

-   No Varo, nosotros no nos dedicamos a eso, recuérdalo -advirtió Rufo-. Lo mejor será ponerse en marcha. Quedarnos demasiado aquí no nos viene bien. Creo que a partir de ahora vamos a esquivar los pueblos y aldeas del camino. Incluso las granjas. Tiraremos de nuestros suministros. Si nos relacionamos con los pobladores, les ponemos en peligro y a nosotros. No sabemos de qué pie cojean. 

-   Adiós a la buena vida -se quejó Varo. 

-   Cuando lleguemos a Legio, ya la recuperarás -se burló Rufo.

Varo lanzó un bufido, pero no se lo tomó a mal. Estuvieron descansando un rato más, pero cuando Rufo estimó que era el tiempo oportuno, les quitaron los sacos de cebada a los caballos. Recogieron sus cosas, desataron las riendas, se montaron y se pusieron en camino. Al pasar junto a la casa, dejaron caer los sacos, que el granjero, que había aparecido por allí, recogió. Se despidió de Rufo y Varo. Estos se alejaron a paso lento, para retornar a la calzada. Rufo decidió que irían a un trote ligero, ya que no quería cansar demasiado a las cabalgaduras.

Al poco alcanzaron a una serie de carros que viajaban muy juntos. Los carros eran tirados por caballos, cuatro por cada uno de ellos. Sin duda eran más rápidos que los que usaban bueyes. Y por ello, hicieron recelar a Rufo. No eran normales ese tipo de carruajes por esa zona, la mayoría de mercaderes prefería los bueyes porque eran más baratos. Pero pronto que el recelo de Rufo no era lo único que había ocurrido, los dueños de los carros llevaban su propia seguridad, que se aproximó a ellos al poco de colocarse en su retaguardia.

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