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martes, 8 de marzo de 2022

Falsas visiones (6)

Sería media mañana cuando Rufo se dio cuenta de que los caballos necesitaban descansar. Incluso Fortis cabalgaba con pesadez. Rufo decidió seguir hasta un otero cercano. Desde allí, pudo ver las tierras que le rodeaban hasta una lejanía importante. Había una especie de granja cerca de la calzada. Sería un buen lugar para detenerse y tal vez comer algo. 

-   Varo, creo que podríamos hacer un alto en esa granja -señaló con el dedo índice la granja elegida. 

-   Me parece bien, los caballos y mis posaderas lo necesitan -aseguró Varo, con un sonrisilla-. Espero que sean agradables. Tal vez… 

-   No creo que haya tiempo para una de tus conquistas, Varo -le advirtió Rufo. 

-   ¡Bah, por Júpiter! Eres peor que mi padre -se quejó Varo-. Sois los dos unos aguafiestas. 

-   Cuando lleguemos a Legio ya le pediré al tío Quinto que te ceda a alguna de sus siervas -dijo rufo. 

-   Eso está mejor -se rió triunfante Varo.

Pusieron sus cabalgaduras a un trote ligero y descendieron por la cara contraria del otero, en dirección a la granja. Rufo pronto se dio cuenta que estaban siendo observados. Sin duda los granjeros no estarían muy contentos por su presencia. Los militares romanos siempre eran fuente de preocupación, incluso en esas tierras pacíficas. La península llevaba ya mucho siendo una parte más del imperio, pero aun así, siempre había tiranteces con los moradores y las tribus más norteñas.

Pronto, un hombre de mediana edad, con el pelo corto, negro, pero con mechones grisaceos se acercó al camino por el que se accedía a la granja. Estaba formada por tres o cuatro edificios. Una casa grande, de madera, con los techos de paja, pero la base de piedra. Otro de los edificios parecía una casa más grande, pero menos elaborada y luego había dos establos. O igual eran un establo y un almacén. 

-   Buenos días -saludó el hombre, levantando la mano derecha y enseñándoles la palma-. ¿En qué os podemos ayudar, señores? 

-   Buscamos un lugar donde descansar, agua para nosotros y los caballos -indicó Rufo, devolviendo el gesto con la mano-. Tal vez podríamos compraros algo de comida. 

-   El pozo está junto a ese manzano -dijo el hombre-. Podéis cogeros toda la que necesitéis. Hay un abrevadero junto a él. Y podéis descansar bajo la sombra del árbol. En cuanto a la comida, debo preguntar a mi esposa por si queda algo de desayuno en la cocina. 

-   Es un buen lugar, gracias -agradeció Rufo la cordialidad del granjero, tras lo que desvió la montura hacia donde había indicado este.

El granjero se volvió hacia la casa principal, donde Rufo pudo ver una mujer, más joven que él, morena, embarazada, y la cabeza de algún niño más. El granjero le hizo un gesto para que volviese dentro, desapareciendo por la puerta tras ella.

Rufo descabalgó junto al pozo. Ató las riendas de Fortis a un palo que había clavado junto al abrevadero. Varo le imitó, tras lo que se acercó al pozo, lanzó el balde y empezó a subir la primera carga de agua. Rufo acarició a Fortis, para hacerle ver que había cumplido bien su cometido y que podía descansar. El caballo rechinó un par de veces. Tal vez lo que decía siempre su padre, sobre la amistad de los caballos con sus dueños fuera una realidad.

Varo echó el contenido del balde sobre el abrevadero y los caballos se pusieron a beber. Volvió a lanzar el cubo, para obtener más agua. Los caballos necesitarían más que eso y ellos también. Mientras se encargaba de ello, Rufo empezó a limpiar la sangre reseca del filo de su lanza. 

-   ¿Eso es sangre? -preguntó una voz algo chillona a la espalda de Rufo, que se giró para descubrir a un muchacho flacucho y de tonos rojizos. 

-   Podría ser -intervino Varo, que traía un balde lleno de agua al abrevadero. 

-   ¿De los enemigos de Roma? -inquirió con curiosidad el niño. 

-   No hay enemigos de Roma por estos lares, Lectus -dijo el granjero, que traía una bandeja con unas escudillas con lo que parecía un potaje de verduras, humeantes, y unas cucharas de madera-. Lectus, no molestes a estos soldados. 

-   No molesta, señor -aseguró Rufo-. Y tiene razón tu padre, no hay enemigos de Roma por estos lares. Es sangre de lobo. Nos encontramos con un par por el norte. 

-   Ves Lectus, vivimos en tiempos de paz en las provincias -comentó el granjero-. Y ahora vete a ayudar a tu madre. 

-   Sí, padre -asintió Lectus, que levantó la mano derecha, simulando ser un soldado, tras lo que se fue corriendo a la casa.

Rufo, Varo y el granjero le observaron y se sonrieron por lo castrense que le había salido la despedida a Lectus.

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