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sábado, 5 de marzo de 2022

El reverso de la verdad (68)

Arnauld no entendía qué le podía haber hecho viajar a Andrei hasta ese pueblo rural. Pero las cámaras de tráfico le habían llevado hasta allí. El pueblo, a la hora en que llegó le parecía falto de actividad, pero claro, él, que estaba acostumbrado a la gran ciudad, todo le podía parecer demasiado tranquilo. Condujo hasta el último punto donde le había grabado una cámara de seguridad a la que había tenido acceso. Era una carretera que dejaba el pueblo. sinuosa que se parecía perder en el paisaje agrícola. Estaba a punto de adentrarse en ella, cuando vio una furgoneta que venía hacia donde estaba él. Le dio las luces y sacó la mano por la ventanilla, para que se detuviese.

Resultó que era un hombre de mediana edad, con cara de no haber roto ni un solo plato en su vida. El hombre miró a Arnauld, con una de esas caras que indicaban que estaban sorprendidos. 

-   ¡Policía! -se presentó Arnauld, enseñándole su acreditación. Solo verla, hizo que el hombre pusiera una mueca de alivio-. ¿Podría decirme a donde se va por esta carretera? 

-   A la granja de Matteau -contestó al momento el hombre-. Pero ahí es donde termina la carretera, antes de pasar a ser un camino forestal, agente. Antes se puede acceder a más granjas. También está la propiedad de los LeGrange. Están las de Fleu… 

-   ¿Los LeGrange? ¿Es una familia noble? -cortó Arnauld, al ver que el hombre le iba a dictar los nombres de unos cuantos pueblerinos que le importaban poco. 

-   Aristócratas venidos a menos, creo -aseguró el hombre-. Aunque ahora solo vive el hijo, aunque se pasa mucho tiempo lejos de la casa. Es una propiedad enorme, pero está casi siempre cerrada. Pero nunca la han asaltado los okupas, tiene una instalación de seguridad. Podría parecer uno de esos enclaves americanos. ¡Jajajaja!

El hombre de la furgoneta se reía con una carcajada muy sonora, algo que pareció inquietar a Arnauld, no quería que su acompañante empezase a montarla otra vez. Por lo menos, cuando se había deshecho del joven en el pantano, ella se había comportado bastante mejor que horas antes. 

-   La seguridad está siempre bien -dijo Arnauld para retomar la conversación, aunque ya tenía lo que quería o eso pensaba-. Muchas gracias por su ayuda, caballero. 

-   No hay de qué agente -devolvió el agradecimiento el hombre, que arrancó la furgoneta y se puso de nuevo en marcha.

Arnauld esperó un poco antes de adentrarse en la carretera. En poco tiempo estaba observando la hacienda de los LeGrange y sin duda era un lugar imponente. Pero el conductor de la furgoneta no se había equivocado sobre lo de la seguridad. Había cámaras por todas partes. Si Andrei estaba ahí, le iba a costar acceder sin que se percatase de su presencia. Y no podía aparecer así como así, ya que Andrei no era tonto. Se preguntaría por qué se había desplazado hasta allí. Estuvo meditando todas sus opciones y al final se quedó con la obvia. Debía hacerse pasar por lo que era, policía. Solo así le abrirían la puerta. Luego sería parte de su ingenio el de conseguir que Andrei fuera con él de vuelta a la ciudad.

Al aproximarse a la verja, al telefonillo, se fijó que en el interior, en una parte apartada estaba tapado por una lona, el coche de Andrei. Eso le puso contento. Su presa estaba más cerca de lo que se había propuesto. Pulsó en el intercomunicador. 

-   ¡Sí! ¿Quién es? -respondió una voz de mujer, podría ser la amiguita de Andrei, aunque le parecía un tono de alguien más mayor. 

-   Policía, señora -se presentó Arnauld. 

-   ¿Policía? ¿Qué hacen aquí? Nosotros no hemos llamado a la policía -dijo la mujer. 

-   Ya -asintió Arnauld-. Pero estamos haciendo una revisión de las granjas y casas de campo de la zona. Ha habido problemas en varias granjas. 

-   Pues aquí no ha pasado nada -volvió a hablar la mujer-. ¿Le manda el capitán Lindou? 

-   Sí -afirmó a la desesperada Arnauld. 

-   Entre -anunció la mujer. La comunicación se cortó.

La verja empezó a abrirse y cuando hubo espacio suficiente, Arnauld arrancó y entró en la propiedad. El coche traqueteaba por la gravilla del piso. Paró delante de la entrada principal. Apagó el motor, salió del vehículo, dirigiéndose a la puerta que se entreabrió. Arnauld estaba contento, su estratagema le había salido a pedir de boca. Ahora debía detener a Andrei y entregárselo a su jefe. Por fin algo le iba a salir bien.

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